miércoles, 30 de abril de 2014

Dos grandes santos

DSC_6339

Alrededor de un millón de personas abarrotaron la Plaza de San Pedro en el Vaticano, para asistir a la canonización de Juan XXIII, “el bueno”, y Juan Pablo II, “el Papa peregrino”. “Dos hombres valerosos, que dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”, tal y como los definió el Papa Francisco en su homilía.

La celebración, que tuvo lugar el domingo 27 de abril, reunió a 150 cardenales, más de 1.000 obispos y unos 6.000 sacerdotes de todo el mundo, junto a 24 jefes de Estado y 10 jefes de Gobierno. Se estima además que cientos de miles de personas se concentraron en los aledaños de la Ciudad del Vaticano para seguir la retransmisión en pantallas gigantes; y otros miles de interesados pudieron seguir la ceremonia por las retrasmisiones emitidas a través de los medios de comunicación, Internet y las redes sociales.

Sin duda una celebración única en la historia de la Iglesia que reunió en el mismo día a cuatro papas: los dos nuevos santos, Benedicto XVI y el Papa Francisco. De ahí que muchos medios calificaran esta jornada como “el día de los cuatro papas”.

Refiriéndose a los dos nuevos santos, según el Santo Padre, fueron “sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte”. Durante su homilía, Francisco destacó también que “San Juan XXIII” fue “el Papa de la docilidad del Espíritu Santo”, mientras que “San Juan Pablo II fue el Papa de la familia”. De uno y otro, añadió, que “restauraron y actualizaron la Iglesia según su fisonomía originaria”. Asimismo, trazó un perfil conjunto de los nuevos Papas santos: “Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, del Espíritu Santo”, aseguró.


La proclamación se produjo al inicio de la ceremonia. El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos, presentó ante el Papa Francisco las tres peticiones de la doble canonización tal como dicta el ritual: primero con “gran fuerza”, a continuación con “mayor fuerza” y, finalmente, con “grandísima fuerza”. Como respuesta, el Papa pronunció la fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, después de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos Santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II”.

Un gran aplauso recorrió la ciudad, porque no solo la plaza de San Pedro y las calles cercanas al Vaticano estaban repletas de turistas, sino también las principales plazas de Roma, donde se habían instalado cámaras de televisión para que los peregrinos –llegados de todas las partes del mundo– pudiesen seguir la ceremonia.

Después de la proclamación, las reliquias de los nuevos santos fueron colocadas junto al altar mayor. La de Juan XXIII –un trozo de piel extraído en 2001 durante la exhumación para su beatificación– fueron llevadas por sus familiares, y la de Juan Pablo II –una ampolla de sangre– por la mujer costarricense, de 51 años, cuya curación de un aneurisma cerebral fue considerado el segundo milagro del papa polaco.

De esta forma, pasaron los dos pontífices a formar parte del Libro de los Santos. Los días 11 y el 22 de octubre son los asignados para la veneración de Juan XXIII y Juan Pablo II, respectivamente.

Asimismo, desde el momento en que culminó la celebración, cientos de peregrinos se acercaron a las que, a partir de ahora, serán un lugar constante de peregrinación, las tumbas de los dos nuevos santos en el interior de la Basílica de San Pedro.

Con la canonización de estos dos pontífices, la Iglesia cuenta ya con 80 papas santos de un total de 266.

Diócesis de Córdoba 27/04/2014

domingo, 27 de abril de 2014

DOMINGO 2º de Pascua

      Ahora no se trata de María o Juan, sino de Tomás, el mismo que dijo «Vamos también nosotros a Jerusalén, a morir con él». El mismo entusiasmo por Jesús, esta vez en un hombre crítico, que no se deja arrastrar por «visiones de mujeres» (Evangelio: Juan 20, 19-31). Es la primera vez que los evangelistas llaman a Jesús expresamente «Dios mío».

      Esta fe de Tomás, que tuvo que ver y tocar para creer, tiene una aplicación emocionante para nosotros en la carta de Pedro (2ª lectura: 1 Pedro 1, 3-9): «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él». Pero Jesús no era invisible, ni lo es hoy: se lo ve en la comunidad de los creyentes: «los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones» (1ª lectura: Hechos 2, 42-47). Es decir, que en ellos se veía a Jesús. El resucitado era visible en los resucitados. Vivían con un mismo espíritu, el Espíritu de Jesús. Por eso atraían a todo el mundo.

      Y eso, precisamente eso, es la clave de toda evangelización: vivir como resucitados, con el mismo espíritu de Jesús.

domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE PASCUA de Resurrección del Señor

 
      Todavía está oscuro, pero se anuncia tímidamente la aurora. María no puede aguantar más y corre a la tumba, ¿a estar con Jesús, que ya está muerto? El amor no necesita explicaciones. Pero Jesús no solo no está muerto, sino que no está. «Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Evangelio: Juan 20, 1-9).

      María no es consciente aún de que ha empezado el tiempo nuevo; ya no se trata de entusiasmo por Jesús, se trata de creer en él. Se trata de decir, de corazón, acerca del crucificado, que «Dios estaba con él» (1ª lectura: Hechos 10, 34. 37-43). Tampoco se trata de saber dónde está, sino de resucitar con él (2ª lectura: Colosenses 3, 1-4). Se trata de estar tan muertos al mundo como Jesús, tan resucitados a la vida nueva como Jesús. Es emocionante la carrera hacia el sepulcro de Simón y Juan.

      Y más aún, la confesión de Juan: «Vio y creyó». ¿Qué vio? Solamente unos lienzos por el suelo y un sudario plegado. Fue suficiente para Juan; está ya a punto de pasar del entusiasmo a la fe en Jesús. Y es que María y Juan son dos protagonistas de esa fe en Jesús; los dos se distinguen porque les mueve la misma fuerza: el amor incondicional a Jesús.

sábado, 19 de abril de 2014

SÁBADO SANTO. Vigilia Pascual

 

      «Nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado» (2ª lectura: Romanos 6, 3-11). ¿Cuál es nuestra vieja condición? ¿Necesitamos liberación? Creo que este es nuestro problema básico: los pecados nos matan, pero nos atraen. Venganza, lujuria, pereza, soberbia, violencia, los celos... destruyen nuestra vida y la de los demás. Es un formidable engaño. Ahí entra Dios, no como Juez, porque no somos culpables, sino como médico, porque necesitamos curación.

      Parece imposible, como parecía imposible que los israelitas se libraran del ejército atravesando el mar (1ª lectura: Éxodo 14, 15-15, 1). Pero para Dios no hay nada imposible. Parecía imposible no reconocer que Jesús había fracasado: vencido, humillado, muerto... Se acabó el sueño, pensarían sus discípulos. Después de verlo morir, al amanecer del domingo las mujeres solo querían enterrarlo dignamente, no había nada que esperar (Evangelio: Mateo 28, 1-10). Pero Dios estaba allí, con él, con ellas. Como Jesús es liberado de la muerte, así nuestra vida se puede librar de los pecados que nos esclavizan, por la fuerza de Dios, porque Él está con nosotros.

Abramos nuestro corazón a la Resurrección de Jesucristo

Jesús irá [después] a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4, 18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la Cruz y la Resurrección; donde Dios hace a su siervo Luz de las naciones, para que su Salvación alcance hasta el confín de la tierra. Todo había comenzado en el Bautismo del Jordán, en el que bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto»; allí es donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio, porque ha aceptado la voluntad de Dios como María lo hizo en su momento, y como nosotros debemos hacerlo ahora.

Comencemos nosotros de nuevo nuestro caminar, sintiéndonos ungidos y amados en el Señor con la fuerza del Espíritu Santo, como si nuestro bautismo fuese en este momento, porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada; andemos los caminos del Señor haciendo el bien, como Jesús, que ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él, a su Evangelio; de esta forma nuestro ayuno habrá servido para algo, para abrir el corazón a Dios; sigamos esta senda de la mano de la Iglesia, misionera en el mundo, siguiendo a María, la Estrella del Cielo, fieles a nuestra fe, sin importar lo que otros digan como a Jesús, sin que nos moleste la condena fácil del que no se deja guiar por el Señor, ni espera el premio de la virtud, ni valora el galardón de una vida intachable; que Ella nos guarde la Gloria y nos comunique la alegría de sentirnos hermanos e hijos de Dios, del Dios de la Vida, un don y regalo que el Padre misericordioso nos concede en el Hijo humilde bendiciéndonos a su pueblo con la paz, con la paloma de Dios, el Espíritu Santo, otro don precioso que trae el propio Jesucristo, Príncipe de la Paz, que ha salido a nuestro encuentro, y al que hemos encontrado alegre; es el mismo Dios veraz el que de nuevo ha triunfado, ha resucitado; sintámoslo cerca, con nosotros, conozcámoslo, y aclamemos y seamos testigos como María, llena de la Gracia y del Espíritu de Dios, de la alegría y gracia bendita de la Resurrección.

La vida ha triunfado sobre la muerte, Jesús es Luz por encima de las tinieblas y el pecado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Jesús Cuevas Salguero 19/04/2014

viernes, 18 de abril de 2014

VIERNES SANTO de la Pasión del Señor


      Parece como si Isaías estuviese viendo la Pasión de Jesús: «No tenía apariencia ni presencia; no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores despreciable, y no lo tuvimos en cuenta. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca (...) indefenso se entregó a la muerte y con los malhechores fue contado...» (1ª lectura: Isaías 52, 13-53).

      Así lo veremos en el Evangelio (Pasión según Juan 18, 1-19, 42). Todos los que pasaban se reían de él diciendo: «Bájate de la cruz y creeremos en ti». Sin embargo no bajó de la cruz, y precisamente por eso creemos en él, porque «llegando hasta el final, se ha convertido en fuente de salvación eterna» (2ª lectura: Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9).

      El relato de Juan añade a los otros evangelios el golpe de gracia, la lanza que le atraviesa el corazón: «y al instante salió sangre y agua». Ya no le queda a Jesús ni una gota de sangre. Su corazón se ha abierto, se ha vaciado por todos.

jueves, 17 de abril de 2014

JUEVES SANTO. Cena del Señor


      ¡Qué lejos nos quedan los viejos ritos de la vieja Ley! (1ª lectura: Éxodo 12, 1-8. 11-14). No nos cabe en la cabeza que Dios mismo se pase la noche matando egipcios inocentes. Pero tal relato no es más que un símbolo, destinado a celebrar la liberación del pueblo, la salida de la esclavitud.

      Habrá otra liberación, con signos más humildes: la que narra Pablo (2ª lectura: 1 Corintios 11, 23-26). Es la Cena del Señor. Ya no hay cordero sangriento ni enemigos machacados. Se trata de compartir el pan y el vino, se trata de comulgar con Jesús.

      Y Juan lo entiende muy bien (Evangelio: Juan 13, 1-15): en vez de contar la Cena de Despedida, nos ofrece una foto del corazón de Jesús: hacerse esclavo (servidor) de todos. Eso es comulgar, hacerse todo a todos, vivir pensando en lo que necesitan los otros, sin darse importancia, sin poder, sin espectáculo, como un humilde sirviente que cumple su misión pasando inadvertido.

      Hoy es día de comulgar desde el fondo del alma, comulgar con Jesús, para que haga nuestro corazón semejante al suyo.

domingo, 13 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS

 Jesus entra a Jerusalen

      Según Lucas, Jesús entró en Jerusalén llorando. Sabía muy bien lo que le esperaba detrás de aquellas palmas y aclamaciones. Sabía lo que suponían las frases de Isaías (1ª lectura: Isaías 50, 4-7) «ofrecí la espalda a los que golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba, no oculté el rostro a insultos y salivazos». Sabía lo que le esperaba y lloró por Jerusalén.

      Apresado, sometido a torturas, sometido a la muerte, como un hombre cualquiera (2ª lectura: Filipenses 2, 6-11), como un hombre lleno de Dios que acepta la tortura y la muerte, fiel a su misión, comprometido con sus hermanos, a pesar de la crueldad, la ceguera, la envidia, a pesar de los pecados de todos, que se cebaron en él.

      Este es el profundo mensaje del relato de la Pasión (Evangelio: Mateo 26, 14-27, 66). Jesús entrando en Jerusalén es como un cordero inocente que sabe que va al matadero. Pudo escaparse, pudo refugiarse en Betania, pudo desaparecer, lo había hecho otras veces. Pero ahora no. Es su hora, la hora de dar el todo por el todo, la cumbre de su entrega y de su vida.

sábado, 12 de abril de 2014

Semana Santa 2014



Todo ha florecido, las aguas vuelven a sus cauces, de la tierra brotan las más variadas flores silvestres y brota el agua y la luz en esta bendita tierra. Ya soñamos esos instantes de olores y de colores, de silencio y de alboroto, de tristeza y de alegría, de dolor y gracia; ansiamos el incienso y el azahar en una nueva mañana de Viernes Santo, estamos ilusionados en contemplar la sobrecogedora y redentora escena de Jesús crucificado y de fondo, en el cielo, la luna más iluminadora que nunca: los cofrades estamos ilusionados en una nueva Semana Santa, en un nuevo caminar hacia la Pascua, la que marca ese contraste de emoción que surge en torno al misterio de nuestra fe; la ilusión es más fuerte y vivida en estos primeros momentos de la Pasión porque la esperanza nos conducirá a la Resurrección.
La contemplación, el sentimiento y el amor se viven de forma muy intensa si llegamos a su corazón, si nos postramos delante de Él para dialogar porque Él siempre nos escucha y, nosotros, ¿lo escuchamos a Él? Solo así, sintiendo a Dios en todos y cada uno de nosotros, con nosotros, podremos llegar a hacer su voluntad, podremos ser grandes en la pequeñez, al estilo de Jesús, que ha renunciado a todo por nosotros, ahí es en donde reside su grandeza; el mismo Jesús que ya decía orando en el huerto a Dios que apartara de sí el cáliz pero que se hiciese su voluntad, la voluntad del Padre.
La mirada de Dios en el Hijo lo dice todo, nuestra respuesta a ella tiene su modelo en la Madre, en María, siempre fiel y humilde como su Hijo. Como diría el Obispo, la imagen de Jesús orando en el huerto expresa al mismo tiempo amor y grito de dolor, expresa obediencia de amor al Padre; Dios se hace imagen visible por todos sus discípulos, lo cual confiere a esa imagen y a todas y cada una de las imágenes pasionistas un valor teológico y espiritual, porque en una imagen se nos acerca Dios a nosotros y nos pide paz y reconciliación de su Pueblo.

El perdón, en definitiva, es el amparo que en el caminar diario necesitamos, es la gota de rocío que limpia nuestros pecados, que nos hace renacer en una ilusión celebrada, vivida y rezada, en una forma de concebir la fe en nuestro Señor, que nos llama al arrepentimiento y a la reflexión interior, y al que nosotros respondemos cada Viernes de Dolores procurando ser a su imagen y semejanza, como Dios nos creó, ser el grano de trigo que cae en tierra y muere para ser espiga que alimente al Mundo; por ello Jesús es Pan de Vida y Cáliz de Salvación, porque ha aceptado ser imagen de Dios en la tierra y morir derramando su sangre para dar Vida y Gloria a Dios y colmar su Proyecto, que no es otro que la Redención de sus hijos; «Vayamos y muramos con Él», con el Buen Pastor, Jesucristo, que da la vida por sus ovejas.
La humildad en una vida alegre surge de la correspondencia en el amor fraterno de Dios para nosotros y de nosotros para con Él y para con nuestros hermanos; y es que debemos estar en paz con Dios y con nuestros hermanos reconociendo nuestros pecados y reconociendo cuanta vida recibimos de Dios, dándole gracias, y la mejor forma no es sino en la reconciliación con el hermano y la conversión, fuente de la misericordia y redención del Salvador, que nos ha dejado su testimonio y su Palabra en el Evangelio, a cuyo anuncio alegre y gozoso nos sentimos llamados por Dios como verdaderos cristianos porque estamos metidos en el Proyecto de Dios, se trata de que hemos recibido la Buena Noticia, se trata de que podemos aspirar a más, para nosotros y para todos; esa es nuestra misión, la única que puede hacernos verdaderamente felices.

Si nos asimos como la planta y damos verdadero y abundante fruto, responderemos a la misión encomendada a raíz de la Salvación que Dios nos ha manifestado y de la que nos ha hecho partícipes por medio de la gracia, de esa que está presente en el Evangelio, en el Verbo que se ha hecho carne porque Dios así lo ha querido, porque ese era el Proyecto que surge por el pecado del hombre terrenal, que es redimido por el Hombre celestial, el que viene de Dios, Jesús; el mismo que está siempre con nosotros porque su justicia, su amor y la voluntad a la que respondió reinará por encima de la traición, la soberbia y la avaricia; Él es la piedra que desecharon los arquitectos, que ahora es la piedra angular, porque ha hecho maravillas por el pueblo que ha dado de sí sus frutos, que ha hecho buenas obras, grandes como la que hace Jesús en nombre del Padre.

Caminando con Jesús y ayudándolo a cargar con su Cruz lograremos su acogida, y nos recibirá con los brazos abiertos en un abrazo profundo en su Reino de Salvación y de Paz; porque ante el pecado, la desconfianza y el hecho de tentarlo, Él nos da, a través del Espíritu, el agua de la Verdad y de la Vida eterna, la Gloria de Dios.

La Verdad es el mismo Dios, que se presenta humilde para que nos sintamos identificados en su figura y caminemos con Él siendo plenamente colaboradores suyos, fieles, sabios, prudentes y justos, escuchando su voz, la voz de la Verdad que desea que nos hagamos grandes desde la humildad y el compromiso, desde el servicio a favor del único Dios y Señor, el que se preocupa por sus hijos, el que quiere la felicidad y la unidad para los que lo siguen, los que son cooperadores de la Verdad en favor del Pueblo que escucha hoy atentamente su voz, que ama de corazón a Dios sobre todo y al prójimo como a sí mismo, porque Dios ha amado hasta el extremo dando su vida por el perdón y la gracia de la vida eterna, agua que surte la fe.
Para ello debemos dedicar más tiempo a la oración ante el Señor Sacramentado en profunda comunión con los hermanos, lo que nos llenará de fuerza para afrontar con ganas la misión; así veremos a Cristo, a la Luz, porque su bondad y misericordia nos invaden y surgen fruto de esa luz, son fruto de ella la justicia y la verdad que necesitamos para ser buenos mensajeros, enviados por Jesús como éste lo fue por su Padre; necesitamos de la fe, del espíritu del que resucitó a Jesús que habita en nosotros para ver a Dios, la Resurrección y la Vida.               

Dios es grande porque ha renunciado a todo por nosotros, ahí es en donde reside su grandeza; si queremos ser grandes debemos atender al alimento que Dios nos tiende para ello, si no es así, si no lo seguimos, no llegaremos nunca a alcanzar la misión encomendada; nunca aprenderemos a ser grandes como Él en la pequeñez.

Sigamos su mismo camino porque lo hemos acordado con Él, su Palabra nos ha vinculado. De esta manera, Dios quita la losa que nos oprime porque la esperanza en Él es fuerte y fructífera, así como la confianza y la correspondencia que surge de ella. Por medio de esa Palabra anunciada con alegría, la gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal.

Veamos en Jesucristo una fuente y fundamento de virtudes y de valores; ese es el espíritu de nuestra fe, es el sentir cristiano en la Semana intensa y emocionante que celebra el Sacrificio de amor. ¡Vivámosla hoy, pero no nos olvidemos mañana de Jesús y María!

Jesús Cuevas Salguero 12/04/2014

domingo, 6 de abril de 2014

DOMINGO 5º de Cuaresma

      «Yo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío, os infundiré mi espíritu y viviréis» (1ª lectura: Ezequiel 37, 12-14). Para eso es Dios, para dar vida, y más vida de la que ahora vivimos, más de lo que podemos imaginar. Nosotros tendemos a conformarnos con esta vida (y esto no es vida, esto no es vivir), pero Dios sueña para nosotros algo infinitamente mejor. Eso es lo que trae Jesús: una vida llena del Espíritu, henchida por el Viento de Dios.

      El mismo Espíritu que hacía vivo y para siempre a Jesús, es nuestro espíritu, el que el Padre nos regala (2ª lectura: Romanos 8, 8-11). Marta y María lloran a su hermano muerto (Evangelio: Juan 11, 1-4) porque desconocen que no está muerto. Les hace falta que Jesús mismo se lo haga visible. Les hace falta creer más en Jesús. Pero Jesús nunca falla. Sabe que se arriesga volviendo a Betania, cerca de Jerusalén, donde su cabeza está puesta a precio. Pero los amigos son para siempre, y Jesús es fiel, como Dios es fiel, aunque vaya a arriesgar la vida. ¡Qué rasgo de valentía y de amor el de Tomás!: «Vamos también nosotros, a morir con él».

sábado, 5 de abril de 2014

Jornada por la Vida en la Catedral

El Obispo presidió la celebración eucarística el domingo 30 de marzo, ante cientos de fieles.

Don Demetrio Fernández celebró este domingo la misa en la Catedral, en la que no sólo reunió a los representantes de diversas Hermandades y Cofradías de la Diócesis, sino que también conmemoró la Jornada por la Vida. Una jornada a la que nuestra Diócesis se unió la pasada semana con una manifestación a favor de la vida naciente, en el Bulevar del Gran Capitán.

El Obispo quiso recordar con esta misa la jornada que tiene como lema “¡Sí a la vida! Esperanza ante la crisis”, defendiendo el derecho a vivir y recordando que la vida sólo está en manos de Dios. Por su parte, también agradeció a las personas, movimientos, asociaciones, grupos cristianos y, especialmente, a la Delegación de Familia y Vida, su dedicación en esta tarea y su empeño en hacer llegar a todos este mensaje de esperanza, apoyando a las madres en dificultades y a todos aquellos necesitados.

Diócesis de Córdoba 31/03/2013