La profecía de Daniel es un texto clásico de la literatura apocalíptica del Antiguo Testamento, que unía la venida del Mesías con el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos. Describe los últimos días con un lenguaje misterioso y simbólico (1ª lectura: Daniel 12, 1-3).
Utilizando la misma forma de expresión, bien conocida y valorada entre los judíos contemporáneos de Jesús, Él anuncia su próxima muerte en la doble perspectiva de la destrucción de Jerusalén y del fin del mundo, cuyo día y hora sólo sabe el Padre (Evangelio: Marcos 13, 24-32).
Aunque el tema de «el fin del mundo» suele asustar a la gente, sin embargo la lectura evangélica parece centrarse en esta frase optimista: «Verán al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir sus elegidos...». Esto es confortador; el sentirse elegido de Jesús comunica optimismo. Así se sentían los primeros cristianos. Confortados con estas palabras y con el recuerdo de Jesús, vencedor de la muerte y ahora sentado a la derecha del Padre (2ª lectura: Hebreos 10, 11-14).