domingo, 1 de junio de 2014

DOMINGO. Solemnidad de la ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 
      Es admirable el aparente «exceso» de las expresiones de la Carta a los Efesios: «La fuerza poderosa que desplegó Dios en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo...» (2ª lectura: Efesios 1, 17-23). ¿Dónde está el cielo? ¿Dónde está Dios? ¿Hay diferencia entre la derecha de Dios y la izquierda de Dios? Por el camino de estas preguntas vamos mal, porque queremos imaginarnos un suceso visible y no atendemos al mensaje: «por encima de todo poder, de todo nombre, no solo en este mundo sino en el otro».

      La Ascensión no es una foto de Jesús subiendo a las nubes (1ª lectura: Hechos 1, 1-11). Es un acto de fe en el que Jesús es lo máximo, es enteramente de Dios. Pero no basta con admirar y reconocer. El Evangelio de Mateo, muy sabiamente, no termina con una despedida triunfante, sino con el encargo de una misión. Hemos conocido a Jesús porque Dios cuenta con nosotros para que todo el mundo lo conozca. La fiesta de la Ascensión no se reduce a la admiración y el asombro. Me gusta imaginar que, al marcharse Jesús, Pedro lo despidió diciendo: «Vete tranquilo, nosotros seguiremos con tu Proyecto».