domingo, 8 de junio de 2014

DOMINGO. Solemnidad de PENTECOSTÉS


      «Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo» (Evangelio: Juan 20, 19-23); como en el Génesis, cuando Dios exhala su aliento «en las narices» del muñeco de barro, que se convierte en un ser viviente. Así Jesús con los suyos: les infunde una vida nueva, distinta, diferente, mejor. No es para unos pocos, sino para la comunidad (1ª lectura: Hechos 2, 1-11). Las iglesias, la nuestra por ejemplo, son comunidades que viven del Espíritu de Jesús, sienten «el Viento de Dios», se dejan animar, alentar y empujar por ese Viento que alentaba y empujaba a Jesús. En cada iglesia el Viento de Dios se nota en su miembros, en cada uno de distinta manera, como carismas, dones de Dios para la comunidad, que es como un cuerpo, con partes y funciones diferentes, pero todo para todos.

      Pablo lo entiende bien (2ª lectura: 1 Corintios 12, 3b-7): «Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, todos hemos bebido de un mismo Espíritu». Es la riqueza de la Iglesia: la formidable pluralidad de dones, todos destinados a que todo el cuerpo funcione con inmensa riqueza, con profunda unidad; porque todo lo del Espíritu es abundancia y amor.