domingo, 14 de diciembre de 2014

DOMINGO 3º de Adviento


      Antes de Jesús, Juan, el mensajero (Evangelio: Juan 1, 6-8. 19-28). Empiezan los ataques de los sacerdotes: ¿con qué derecho hablas tú que no eres nadie? Lo mismo le dirán a Jesús.

      Es terrible la capacidad del ser humano de no reconocer a Dios aunque lo tenga delante de sus narices. En Betania, junto al Jordán, empieza la gran batalla: escuchar la palabra de Dios o rechazarla. Pero tiene que ser al revés: reconocer a Dios y recibir la Palabra como un estupendo regalo.

      «Estad siempre alegres, sed constantes en orar, en toda ocasión celebrad la Acción de gracias... no apaguéis el Espíritu... El que os ha llamado es fiel» (2ª lectura: 1 Tesalonicenses 5, 16-24). Ya lo sabía Isaías: «Me ha enviado para dar buenas noticias a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros de la libertad... desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios».

      Y el precioso final, que parece una parábola, anuncia el estilo de Jesús: «Como la tierra echa sus brotes, como un jardín hace que broten las semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos ante todos los pueblos» (1ª lectura: Isaías 61, 1-2a. 10-11).