La santa Iglesia, familia de Cristo, se debe a un Dios Padre que, desde el principio, ha demostrado un inconmensurable amor hacia la obra divina de su santa creación, especialmente hacia el ser humano, a quien ha realizado a su imagen y semejanza. Precisamente, esta ha sido la causa de que el mismo Dios Hijo haya saldado nuestras deudas en la cruz. No obstante, este sacrosanto sacrificio nos ha revelado que la muerte es la puerta santa de la vida eterna.
Mientras tanto, el Espíritu Santo de Dios derrama la unción divina sobre el pueblo cristiano que, al mismo tiempo, en la tierra, goza de la sagrada presencia de Cristo, el Señor, en el Santísimo Sacramento del altar, puesto que el propio Jesucristo, antes de ser entregado, ha bendecido a su pueblo con el pan vivo bajado del cielo y el vino de la nueva alianza. ¡Bendito seas por siempre, Señor!