domingo, 30 de septiembre de 2012

DOMINGO 26º del Tiempo Ordinario

      Moisés, lejos de ponerse celoso por el don de profecía que otros han recibido como él, más bien se alegra por ello (1ª lectura: Números 11, 25-29). También Jesús muestra esa misericordia con quienes no son de los suyos o de su grupo (Evangelio: Marcos 9, 37-48).
      Él es la suma bondad, la condescendencia personificada. Lo manifestó innumerables veces: cura enfermos, remedia las pesadumbres de viudas y atribulados, busca a la oveja descarriada, multiplica los panes para saciar el hambre, perdona a la adúltera, al publicano, etc. Y, sin embargo, Él, cuando se enfrenta con los escandalosos, no duda en hablar enérgicamente y decir que les valiera más verse sumergidos en lo profundo del mar con una pesada piedra al cuello.
      Con parecida energía la Palabra de Dios fulmina terribles amenazas contra los poderosos que defraudan a los trabajadores (2ª lectura: Santiago 5, 1-6). El Nuevo Testamento nos alerta sobre el escándalo de los pequeños, los pobres, los ignorantes y los niños que creen en Jesús, así como sobre lo radical que ha de ser la opción de seguirlo.