Cada mañana de Viernes Santo, la Santísima Virgen de la Soledad, en la primera de sus procesiones de penitencia, sale al encuentro del Señor, que camina cargado con la cruz. María acompaña a Jesús hasta el lugar en que será crucificado, asumiendo la pesada cruz de Cristo y sufriendo, con Cristo, el inmenso dolor generado por el pecado de quienes procuran la muerte de un justo, injustamente condenado. Esta mañana, en las sagradas imágenes de Nuestro Padre Jesús Nazareno y de Nuestra Señora de la Soledad, experimentamos la cuarta estación del vía crucis y, a su vez, el cuarto dolor de la Santísima Virgen: Jesús y María entrecruzan sus miradas, Jesús continúa su caminar por la vía sacra y María lo sigue de cerca; Jesucristo consumará esta tarde la traición de aquel discípulo que lo entregó en el huerto de los olivos.
Confiemos en el Señor y rogémosle a María, su madre, que, aun sintiendo en lo más profundo de su corazón el dolor de la pasión de Jesucristo, interceda por quienes están sirviendo a la sociedad española en estas circunstancias de crisis sanitaria, para que no decaigan y sigan haciendo palpable hoy el mandamiento del amor de Cristo; que el Señor premie con creces la labor de quienes se están jugando la vida por el prójimo; que cada quien sea responsable correspondiendo esa entrega generosa, que tiene su fuente en los misterios que en el día de hoy conmemoramos.