Cada Domingo de Resurrección, la Santísima Virgen de la Soledad camina enlutada hasta la calle Nueva, lugar en que aparece triunfal Jesucristo, vivo; ha resucitado de entre los muertos. Durante la jornada del sábado, María experimentó el terrible dolor de su soledad, aunque seguramente nunca llegó a sentirse abandonada: pese a la espada de dolor, en su corazón seguía viva la llama del amor de Cristo. La fe de María no se apagó en ningún momento; era más fuerte que el dolor de la cruz. Hoy, domingo, Nuestra Señora de la Soledad descubre al Hijo de Dios glorificado, en la sagrada imagen de Nuestro Padre Jesús Resucitado; hoy, su soledad se convierte en alegría, su tristeza en júbilo. La espera habrá sido larga para María, aunque indudablemente ha sido por una buena causa. Jesucristo, pese a ser víctima de la crueldad humana, no nos ha traicionado; nos ha dado una vida nueva, inaugurada con su resurrección, y nos ha descubierto el verdadero rostro de Dios. Él es la verdad que nos hace libres; acojamos su Espíritu Santo y continuemos su misión.
Hoy, más que nunca, confiemos en el Señor de la vida y pidámosle a María Santísima que interceda por quienes padecen la enfermedad que nos acecha, para que consigan vencer la batalla en que están inmersos y salgan de ella victoriosos; que el Señor, luz que ilumina las naciones, derrame su bendición sobre todos ellos.
En su pasión Jesucristo mostró su más verdadera humanidad; en su resurrección ha revelado su divinidad para que creamos y sigamos el mandamiento entregado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!