Cada noche de Viernes Santo, la Santísima Virgen de la Soledad, en la segunda de sus procesiones de penitencia, asiste al entierro del Señor, que discurre por las calles de Villa del Río. María va tras su Hijo hasta que es depositado en el sepulcro, se mantiene fiel hasta el límite de quedar sola junto al lugar en que ha sido enterrado Jesús. La Santísima Virgen es modelo de fidelidad. Esta noche tenebrosa, en las sagradas imágenes del Santísimo Cristo Yacente y de Nuestra Señora de la Soledad, revivimos la decimocuarta estación del vía crucis y, a su vez, el séptimo dolor de la Santísima Virgen: Cristo ha expirado en la cruz como consecuencia de la traición; en esta noche de tinieblas lloremos amargamente, como Pedro, y procuremos no herir aún más el corazón de Nuestro Señor, que ha derramado su amor desde la cruz de la redención. Sintamos verdadero dolor de nuestros pecados.
Sigamos confiando en el Señor y rogémosle a María, a quien nos ha confiado como madre, que, aun sintiendo en lo más profundo de su corazón la pasión de Jesucristo, interceda por quienes han sido víctimas de la crisis sanitaria en que se encuentra nuestra nación, para que experimenten la misericordia de Dios y puedan gozar pronto de su presencia en el cielo; que el Señor alivie el sufrimiento a las familias de los fallecidos en estos días; que quienes afrontan el paso de la vida a la muerte sientan la presencia de Jesús, que nunca nos abandona. Sé tú, María, auxilio de las almas de los fieles difuntos. Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua.