martes, 15 de septiembre de 2020

Memoria de la Bienaventurada Virgen de los Dolores, Nuestra Señora de la Soledad


En el Calvario, a la cruz abrazada,
estabas sola, Soledad, penando
triste y sola, Soledad, llorando:
por el mundo entero abandonada,
a consolarte, Madre, nadie llega.

                                        José Capdevila Orozco


Hace tan solo una semana, tuvo lugar la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María; hoy, 15 de septiembre, la Iglesia celebra la memoria de la Bienaventurada Virgen de los Dolores, madre de Cristo, la misma madre que el propio Jesucristo nos entrega desde el madero de la cruz. Contemplar hoy cada uno de los siete dolores de María Santísima supone una introspección: detectar cuanto de lo que hay en cada quien causa dolor, es decir, origina el vacío en el ser humano.

La Santísima Virgen sufrió cada uno de sus dolores ―hasta el punto de tener que afrontar la cruenta muerte de su hijo― debido a la necedad, al egoísmo y al cinismo de este mundo nuestro, el de entonces y el de ahora. Si por el pecado fue herido el benignísimo costado de Cristo, por ese mismo pecado fue traspasado el inmaculado corazón de María; pese a todo, Jesús, el Cordero del sacrificio santo, la constituyó madre de todos nosotros, pecadores.

Entretanto, tener a María como madre significa disponer de un modelo de vida cristiana: una vida entregada por el prójimo. En este sentido, la crítica situación en que nos encontramos inmersos exige hoy, más que nunca, practicar el modelo de vida instaurado por Jesucristo, latente en el maternal corazón de María. Roguémosle al Señor, por la sagrada intercesión de Nuestra Señora de la Soledad, que tomemos verdadera conciencia de la gravedad de la situación que vivimos y, de una vez por todas, seamos responsables, puesto que de la medida en que hoy nos comportemos dependerá nuestro mañana.