Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados,
líbranos del fuego del infierno, lleva a todas las almas al cielo,
especialmente a las más necesitadas de tu misericordia.
La muerte es un carácter inherente de la propia condición humana; sin embargo, la vida es un don de Dios y, como tal, no conoce límite alguno. Ciertamente, así lo creemos todos los que nos declaramos seguidores de Cristo, ya que él mismo sufrió la muerte para instaurar la resurrección, principal misterio de nuestra fe. ¿A qué vino el Hijo de Dios si no a inaugurar la vida eterna? ¡Cuán magna muestra de amor la del que entrega su vida por los demás!
En estos difíciles momentos, las terribles circunstancias que condicionan, de forma determinante, nuestra propia existencia son un síntoma evidente de una problemática cada día mayor: la profunda crisis espiritual que acecha a nuestro mundo occidental ―especialmente a la sociedad española―, vinculada a una creciente y más que palpable carencia de valores. De ello se hace eco nuestro comportamiento, en tanto que demuestra nuestro afán de evitar, a toda costa, el más mínimo sacrificio, aun por encima de nuestro propio estado de salud y del de todos cuantos nos rodean.
Hoy, la Santísima Virgen María interpela a cada uno de sus hijos, instándonos a apreciar el don de la vida y a actuar consecuentemente, es decir, de manera responsable, o, lo que es lo mismo, afrontar la problemática que poco a poco va apoderándose de nuestro devenir haciendo uso del raciocinio que Dios ha otorgado al ser humano. Probablemente, sea esta una buena forma de vivir la santidad, puesto que implica atender al principal mandamiento de la ley de Dios. ¡Qué mayor muestra de amor que velar por la vida del prójimo!, especialmente la de los más débiles, como quienes aún no han nacido, sufren la enfermedad o encaran los últimos días de su vida terrena.
Finalmente, roguémosle a María Santísima de la Soledad que, junto con todos los santos, interceda por las almas de aquellos hermanos nuestros que nos precedieron en la fe de Cristo, para que Dios, Padre misericordioso, les conceda el perdón de sus pecados, la sanación de sus culpas y el descanso eterno, de manera que brille para ellos la luz perpetua, Jesucristo, Señor nuestro, auténtico autor de la vida. Requiescant in pace.