La liturgia de la Palabra del día de Navidad no se propone contar el nacimiento de Jesucristo (esto se hace en las misas «de medianoche» y «de la aurora»), sino que quiere acercarse a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios. «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios», canta alborozado el salmo responsorial. La finalidad de la Encarnación es universal y los beneficios del Nacimiento de Jesucristo no se restringen a un solo pueblo (1ª lectura: Isaías 52, 7-10).
Las etapas de la salvación pasan por Belén (2ª lectura: Carta a los Hebreos 1, 1-6). A partir del portal de Belén ya podemos contemplar (mirar, ver y oír, tocar...) la Sabiduría del Padre.
Hay que saber discernir el signo: un niño envuelto en pañales, pues «vino a su casa y los suyos no la recibieron», dice el evangelio (Evangelio: Juan 1, 1-18).