martes, 25 de diciembre de 2012

Solemnidad de la NATIVIDAD del Señor

     
      La liturgia de la Palabra del día de Navidad no se propone contar el nacimiento de Jesucristo (esto se hace en las misas «de medianoche» y «de la aurora»), sino que quiere acercarse a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios. «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios», canta alborozado el salmo responsorial. La finalidad de la Encarnación es universal y los beneficios del Nacimiento de Jesucristo no se restringen a un solo pueblo (1ª lectura: Isaías 52, 7-10).

      Las etapas de la salvación pasan por Belén (2ª lectura: Carta a los Hebreos 1, 1-6). A partir del portal de Belén ya podemos contemplar (mirar, ver y oír, tocar...) la Sabiduría del Padre.

      Hay que saber discernir el signo: un niño envuelto en pañales, pues «vino a su casa y los suyos no la recibieron», dice el evangelio (Evangelio: Juan 1, 1-18). «Hemos contemplado su gloria», testimonian los apóstoles y evangelistas. «Vayamos a ver al Niño», reaccionan los pastores. «Vamos a Belén», canta el pueblo cristiano en su villancicos.

      Jesús comparte con nosotros la condición humana; nosotros con Él, la divina.