Moisés recuerda al pueblo que, al atravesar el terrible desierto, contó con la ayuda de Dios, «que te sacó de la esclavitud…, que sacó para ti agua de la roca y te alimentó en el desierto» (1ª lectura: Deuteronomio 8, 2-3) «con maná que no conocieron tus padres».
Nosotros tenemos otro maná, que inventó Jesús, que es nuestro alimento, nuestra agua y nuestro vino, la Cena del Señor: el pan que comemos y el cáliz de que bebemos nos une a todos en un solo cuerpo, formamos todos un mismo cuerpo, porque nos alimentamos todos del mismo pan, Jesús (2ª lectura: 1 Corintios 10, 16-17).
Y Juan va más allá: los efectos de comer ese pan y beber ese vino es ponernos a los pies de todos (Evangelio: Juan 6, 51-58) como Jesús, y no solo en el gesto de la cena, sino en cada minuto de su vida. Esa es la esencia de comulgar, de comulgar con Jesús: servir, como él mismo vivió. Comulgar con Jesús, partir el pan con los demás y beber juntos su vino, alimentar en Jesús todos los criterios, todos los valores, su mismo estilo. Para eso es la comunión, para aceptar aquellas tremendas palabras de Jesús: «Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros».