domingo, 6 de enero de 2013

DOMINGO 2º de Navidad. Solemnidad de la EPIFANÍA del Señor


      «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz», canta el profeta Isaías (1ª lectura: Isaías 60, 1-6). Todos los pueblos vendrán a ti, todos los pueblos caminarán a tu luz. Esto lo aplicamos nosotros, la Iglesia, a Jesús; a su luz caminan los pueblos y, aunque todavía no son todos los pueblos los que reciben su luz, ésa es precisamente nuestra misión, el trabajo que hemos aceptado los que queremos seguir a Jesús. Hubo tiempos en que Israel se creía pueblo privilegiado, consideraba a Dios casi como propiedad suya, hasta tal punto que la Ley prohibía tratar con otros pueblos o entrar en casa de paganos.
      Con Jesús todo cambia: los Magos de Belén están abriendo las puertas de parte de Dios (Evangelio: Mateo 2, 1-12). Jesús es para todos, porque Dios es para todos. San Pablo lo dice muy bien: «También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de Jesucristo» (2ª lectura: Efesios 3, 2-3 y 5-6). Y esos «gentiles» somos nosotros, los que no pertenecemos al pueblo de Israel pero hemos recibido la Buena Noticia, Jesús. Los Magos también nos dicen dónde hay que buscarlo, dónde está. No en el palacio ni en el templo, sino en la cuadra, arropado sólo por el cariño de sus padres y la acogida sincera de la gente más sencilla.