domingo, 8 de febrero de 2015

DOMINGO 5º del Tiempo Ordinario

      Podemos decir que el terrible texto de Job (1ª lectura: Job 7, 1-4. 6-7) muestra el horror descarnado de la desesperación. Pero este libro no termina en estas expresiones, sino en la respuesta de Dios al clamor de Job. No deberíamos citar fragmentos fuera de sus propios contextos, porque nos pueden llevar a error.

      El fragmento de Pablo (2ª lectura: 1 Corintios 9, 16-19. 22-23) es emocionante, nos descubre su alma, su sentido profundo de evangelizador. Es preciosa sobre todo la afirmación central: el premio por anunciar el Evangelio es, precisamente, anunciar el Evangelio.

      Y en el Evangelio (Marcos 1, 29-39), se presenta ya a Jesús en plena acción, dedicado a lo suyo, a curar, porque Dios es así. Pero su actividad agotadora tiene un sustento, una raíz profunda. Jesús se alimenta en la oración. Todas las mañanas, al amanecer, mientras los demás duermen, Jesús se va a un sitio solitario a encontrarse con su Padre. Ese es su desayuno, lo que le da fuerza para el trabajo del día, lo que le hace dedicarse a predicar y curar.