Podemos decir que el
terrible texto de Job (1ª lectura: Job 7, 1-4. 6-7) muestra el horror
descarnado de la desesperación. Pero este libro no termina en estas
expresiones, sino en la respuesta de Dios al clamor de Job. No deberíamos citar
fragmentos fuera de sus propios contextos, porque nos pueden llevar a error.
El fragmento de Pablo
(2ª lectura: 1 Corintios 9, 16-19. 22-23) es emocionante, nos descubre su
alma, su sentido profundo de evangelizador. Es preciosa sobre todo la
afirmación central: el premio por anunciar el Evangelio es, precisamente,
anunciar el Evangelio.
Y en el Evangelio (Marcos
1, 29-39), se presenta ya a Jesús en plena acción, dedicado a lo suyo, a curar,
porque Dios es así. Pero su actividad agotadora tiene un sustento, una raíz
profunda. Jesús se alimenta en la oración. Todas las mañanas, al amanecer,
mientras los demás duermen, Jesús se va a un sitio solitario a encontrarse con
su Padre. Ese es su desayuno, lo que le da fuerza para el trabajo del día, lo
que le hace dedicarse a predicar y curar.