Cuando
vea usted el arcoíris, recuerde: es el arco de guerra del Señor, colgado en el
firmamento como señal de paz (1ª lectura: Génesis 9, 8-15). Es una imagen
ingenua, diríamos que prehistórica, pero nos recuerda algo fundamental: Dios no
es un enemigo, no debe infundir temor. Dios es para la Salvación, para la
alegría, para la felicidad.
Estamos
en medio de una guerra dramática: hay fuerzas que pelean contra nosotros, desde
dentro de nosotros mismos, para apartarnos de Dios.
Hasta
Jesús tuvo que arrostrar eso que llamamos «tentación». Es decir, dar la espalda
a Dios, buscar la felicidad lejos de Él (Evangelio: Marcos 1, 12-15). Pero
Jesús, sometido a la tentación como todos los humanos, la vence por la fuerza
del Espíritu. La carta de Pedro lo entiende muy bien (2ª lectura: 1 Pedro 3,
18-22).
Por
el bautismo entramos en el Reino de Jesús, disponemos del Espíritu para
resistir toda tentación, somos criaturas nuevas por la fuerza de Jesús, el
hombre lleno del Espíritu.