«Seguid mi ejemplo,
como yo sigo el de Cristo». Preciosa frase de Pablo en la segunda lectura (1
Corintios 10, 31-11, 1). Eso es ser cristiano, ser como Jesús, vivir como él, o
al menos intentarlo, parecerse, «seguirle». Y para eso, habrá que cambiar mucho,
porque Jesús es diferente. El contraste entre las otras dos lecturas lo
manifiesta y es sorprendente.
La primera (Levítico 13, 1-2. 44-46) muestra
la legislación de Israel sobre los leprosos. Es estricta pero razonable: no
saben curar la lepra, saben que es contagiosa… No hay más remedio que aislar a
los leprosos, echarlos fuera de los campamentos y poblados. Está prohibido
hasta tocarlos.
Pero Jesús (Evangelio:
Marcos 1, 40-45) no se limita a cumplir esa ley: Jesús tiene una debilidad, que
es a la vez su mejor poder: es capaz de sentir compasión. No puede ver una
desgracia sin intentar curarla, ayudar. Este es el secreto de la completa
seguridad de Jesús sobre todo lo anterior. Las leyes tienen razón, pero Jesús
tiene corazón. Y Dios es así, como Jesús. Toca al leproso, lo cura… y queda
impuro. Ahora ya no puede entrar en el poblado. Pero la gente acudía a él.