¡Qué tardos y duros de
mollera son los discípulos! El mismo Jesús los llamó así a los de Emaús y hoy
vemos dos ejemplos clamorosos. En el último minuto de su presencia los
discípulos vuelven a preguntarle si ahora llega el reino, el reino material, el
éxito mundano, al estilo de Herodes (1ª lectura: Hechos 1, 1-11). Incluso
Marcos todavía piensa que creer en Jesús conlleva una amenaza que linda con la
condenación eterna (Evangelio: Marcos 16, 15-20).
Hasta parece que Pablo, en la
Carta a los Efesios, está preocupado por la fidelidad de la Iglesia a Jesús (2ª
lectura: Efesios 1, 17-23) y pide intensamente por ella. Pide al Padre que
«os dé
espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro
corazón…». Porque ahí nos jugamos todo, y ahí se nos pide todo. Se nos
pide que olvidemos otros dioses, otras religiones, que salgamos de la vieja
ley, que abandonemos el temor, que descubramos la estupenda novedad de Jesús.
Es
lo que se nos pide y nos ofrece. Nos están regalando el reino y nosotros nos
empeñamos en hacer de él una miserable chabola.