¡Qué extraño dios y qué oscura fe la que campea en la primera lectura! (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40).
La
voz de dios desde el fuego, que puede matar, ese dios que se busca un pueblo
aniquilando a otros… Israel todavía conoce muy poco a Dios y se lo imagina como
propiedad suya, como Señor temible. ¡Qué distinto el Dios de Jesús! Pablo es
muy consciente de esa novedad (2ª lectura: Romanos 8, 14-17): «No habéis
recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu
de hijos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)».
Esa novedad es tan buena que en
el momento de su despedida, desde la cumbre del monte tal como lo pinta Mateo
(Evangelio: Mateo 28, 16-20), la Buena Noticia se convierte en Misión: que todo
el mundo conozca que Dios es su Padre, que Jesús es su Palabra; que está en el
mundo, con todos nosotros, su Espíritu, su aliento que consuela, anima y
fortalece.
¡Conocemos a Dios y damos gracias a Jesús, que nos ha mostrado su
rostro!