domingo, 3 de mayo de 2015

DOMINGO 5º de Pascua


      Preciosa imagen para entendernos a nosotros mismos. La Iglesia entera se entiende como una vid: formada por raíces, tronco, ramas, hojas, fruto… Un solo ser viviente (Evangelio: Juan 15, 1-8). El Espíritu de Jesús la vivifica, de las raíces a los racimos.
      De ahora en adelante, la Iglesia sabe qué es lo más importante: permanecer unidos a Jesús, vivir de su savia, de su espíritu. «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí».
      Este es el espíritu que rezuma la carta de Juan (2ª lectura: 1 Juan 3, 18-24). El espíritu de Jesús es amar con obras: «En eso conocemos que somos de la verdad».
      Y precisamente este espíritu es el que aparece en la primera lectura (Hechos 9, 26-31), donde vemos cómo se incorpora Pablo por primera vez a la Iglesia de Jerusalén (con muchas dificultades y recelos, dado su pasado) y se da una preciosa imagen de esta: «Progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo».