Preciosa imagen para
entendernos a nosotros mismos. La Iglesia entera se entiende como una vid:
formada por raíces, tronco, ramas, hojas, fruto… Un solo ser viviente
(Evangelio: Juan 15, 1-8). El Espíritu de Jesús la vivifica, de las raíces a
los racimos.
De ahora en adelante, la Iglesia sabe qué es lo más importante:
permanecer unidos a Jesús, vivir de su savia, de su espíritu. «Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros,
si no permanecéis en mí».
Este es el espíritu que rezuma la carta de Juan (2ª
lectura: 1 Juan 3, 18-24). El espíritu de Jesús es amar con obras: «En eso
conocemos que somos de la verdad».
Y precisamente este espíritu es el que
aparece en la primera lectura (Hechos 9, 26-31), donde vemos cómo se incorpora
Pablo por primera vez a la Iglesia de Jerusalén (con muchas dificultades y
recelos, dado su pasado) y se da una preciosa imagen de esta: «Progresaba en la
fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo».