domingo, 16 de junio de 2013

DOMINGO 11º del Tiempo Ordinario

      Nosotros, los pecadores, necesitamos que nos devuelvan la esperanza. Si alguien piensa «No soy pecador», es que, simplemente, es tonto. Nadie se salva de deficiencias, debilidades, errores. Y las religiones, en general, no lo han entendendido. Piensan que todo se arregla con la Ley y el castigo.

      Como vemos en la 1ª lectura (2 Samuel 12, 7-10. 13), el pecado acarrea el castigo de Dios, como condición para el perdón. Jesús se sale de ese molde; sabe que el pecado es nuestra ceguera, nuestra debilidad, nuestra cruz. Y sabe que sólo hay un remedio: el amor. Sólo el amor es capaz de regenerarnos, mejorarnos, sanarnos desde dentro.

      Por eso acoge a los pecadores, y ellos sienten que Él les devuelve la esperanza (Evangelio: Lucas 7, 36-8, 3). Y así lo entiende Pablo (2ª lectura: Gálatas 2, 16. 19-21): la Ley pura y dura mata. Es Jesús el que da vida, porque hace sentir el amor de Dios que acoge a todos sus hijos, en especial a aquellos que se encuentran heridos y enfermos. Jesús revela que Dios no es un juez que busca castigarnos, sino un médico bondadoso y eficaz, que da la vida y sana la enfermedad.