domingo, 7 de julio de 2013

DOMINGO 14º del Tiempo Ordinario

      Isaías entona un espléndido canto de esperanza. Dios como una madre amamantando a su bebé, como un río de paz inundando nuestro mundo (1ª lectura: Isaías 66, 10-14c). Es lo que Jesús llamará «el Reino». Una humanidad en que reine el estilo de Dios, el amor que brota del mismo amor que Dios nos tiene.

      Jesús sabe que su trabajo va a terminar, que va a morir, y necesita que otros lo continúen. En el Evangelio lo vemos (Lucas 10, 1-12. 17-20): Jesús elige colaboradores, les encarga su misión y les marca su estilo, pobre, pacificador. Nace así la Iglesia, un grupo de personas que aceptan la misión de Jesús.

      El cuarto Evangelio lo dirá muy claramente: «Como el Padre me envió, así también os envío yo» (Juan 20, 21). Y así se siente Pablo (2ª lectura: Gálatas 6, 14-18): enviado por Jesús, no le debe nada a lo mundano, ni a la vieja Ley: «El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo». Se siente una criatura nueva, porque Jesús lo ha llamado al Reino.