domingo, 28 de julio de 2013

DOMINGO 17º del Tiempo Ordinario

      Abrahán, preocupado por el castigo que amenaza a Sodoma y Gomorra, pretende ablandar el corazón de Dios (1ª lectura: Génesis 18, 20-32). Patética oración; parece que Dios es el juez inflexible y Abrahán apela a su propio amor a «los justos».

      Abbá, el Dios de Jesús, es diferente. Creer en Jesús es creerle, hacerle caso, aceptar que Dios es como Él lo muestra. Por eso hay que orar de otra manera. No hay que pedir cansando a Dios, que siempre escucha. No ha que pedir lo que no sabemos si nos conviene. Hay que pedir para todos pan y perdón... Y hay que pedírselo todo a Abbá, al padre de los cielos (Evangelio: Lucas 11, 1-13). Dime cómo rezas y te diré en qué Dios crees. Y es que Abbá nos ha dado la vida por medio de Jesús, ha borrado los viejos protocolos, las viejas deudas (2ª lectura: Colosenses 2, 12-14). La vida y la cruz de Jesús lo han hecho de todo nuevo: «Mirad qué amor nos tiene el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Juan 3, 1). Y el Padre Nuestro es, precisamente, la oración de los hijos.