El profeta Malaquías (1ª lectura: Malaquías 3, 19-20a) presenta una predicción amenazante y dantesca del final de los tiempos. Es un caso más de lo provisional o defectuoso de algunas opiniones del Antiguo Testamento. También Lucas se deja llevar un poco de la visión catastrofista habitual en Israel (Evangelio: Lucas 21, 5-19). Pero hay otro dato que nos importa más: los discípulos están boquiabiertos ante los esplendores del Templo, mientras que a Jesús le traen sin cuidado. Cuando no quede del Templo piedra sobre piedra, no habrá pasado nada, porque el templo es el mundo entero y, sobre todo, el corazón de cada persona.
Los primeros cristianos no tenían templos, sólo algunos lugares de reunión en casas particulares para celebrar la Cena del Señor. Las catástrofes finales y los falsos advenimientos de falsos cristos, Jesús los califica de patrañas. A sus seguidores no les preocupan esas fantasías, sino afrontar la vida al estilo del Maestro, que puede ser muy áspera e incluso conducir a muchas hostilidades. En la 2ª lectura (2 Tesalonicenses 3, 7-12) Pablo da una lección de realismo frente a los delirios mezquinos de algunos alucinados.