«Yo soy la puerta». Jesús, puerta de Dios. Por ella Dios sale a nuestro encuentro; por ella entramos al encuentro de Dios (Evangelio: Juan 10, 1-10). Preciosa la fe de Juan y su metáfora. No busquéis otra puerta, Jesús nos hace visible a Dios.
Creemos en Dios porque nos fiamos de Jesús, el que no conoció pecado, el que padeció para salvar, el que dio ejemplo para que sigamos sus huellas (2ª lectura: 1 Pedro 2, 20b-25). Los Hechos de los Apóstoles muestran una fe brillante, segura, valiente: «Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, al que vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías» (1ª lectura: Hechos 2, 14ª. 36-41). Más aún, Pedro se atreve a ampliar la Elección y la Alianza: «Para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor... aunque estén lejos». Se ha abierto la estrecha puerta de la vieja Ley, de par en par. Pedro lo repetirá (Hechos 10, 34-35): «Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato"». Las puertas del Reino se han abierto de par en par. Ya no hay pueblo privilegiado, el Padre es padre de todos.