¡Oh, Madre bendita del Pilar!
Haz que construyamos sobre tu columna,
sustento de nuestra fe, esperanza y caridad,
un corazón digno de ti, correspondido,
digno del prójimo, bueno y amable;
que la vestimenta de dicho corazón
sea agradable al Padre, sea como la del Hijo,
y llegue a tu presencia a través del Espíritu;
que, mediante su gracia, sepamos infundir
en el hermano los frutos de esa experiencia,
de esa vivencia sentida, vestidos de fe, de amor.
¡Permítenos, oh, dichosa Madre del Pilar,
ser llamados y elegidos!;
para ello derrama sobre nosotros la alegría y la paz,
que con amor hemos de llevar a todos, a tus hijos
y hermanos nuestros, para que se sientan testigos de tu Hijo,
y acepten la llamada, la invitación al Reino,
siendo correspondidos y elegidos por Jesús
al seguir su camino feliz y dichoso, el bueno.
María, Pilar de la fe, de la nuestra,
Patrona de la Hispanidad,
concédenos la gracia de ser los elegidos,
de que los pueblos de los que eres Patrona
vayamos contigo, de tu mano, unidos,
en un mismo corazón, por el bien de nuestra nación,
de nuestro mundo, de nuestra familia,
el que merecemos si obramos bien,
el digno de cualquier ser humano bueno,
el que honra a quien es honrado;
ese es el camino de Jesús y María,
el que nos enseña y muestra el Señor,
en su Palabra, para que lo sigamos.
Nosotros, invitados a la boda del Reino, la abundancia, los amigos, la presencia de Dios en medio de nosotros, estamos obligados a la alegría y la paz. A dar envidia (perdón por el término) a quienes nos tratan. Esa es la única evangelización que conozco.