La viña cuidada con mimo, bien cercada, limpia, regada, podada... es estéril, no da más que frutos amargos (1ª lectura: Isaías 5, 1-7) y los viñadores, desagradecidos, ladrones y crueles (Evangelio: Mateo 21, 33-43). Es la imagen que tiene Jesús de su pueblo, Israel, y quizá la que tiene Dios de nosotros, la Iglesia.
Alimentados con la Palabra hasta la saciedad, invitados al Reino, llamados a construir una humanidad nueva, el Reino, el Proyecto de Dios, a construirlo sobre una roca segura, una piedra angular irrompible, Jesús mismo... Pero tantas veces respondemos solo con palabras, ritos o dogmas más que con servicio, solidaridad y preocupación por los necesitados.
Es precioso el párrafo de Pablo (2ª lectura: Filipenses 4, 6-9), que propone un modo de vida: «Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable... tenedlo en cuenta. Y todo lo que aprendisteis y visteis de mí ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros». «Obras son amores», según el dicho popular. Pues bien, seguir a Jesús es amar, y edificar sobre Jesús es edificar sobre roca segura. No podemos arriesgarnos a edificar sobre arena.