El Evangelio (Mateo 21, 28-32) es tan sencillo que todo el mundo lo puede entender. Decir «sí» y no hacer, es mentir. Decir «no» pero hacer, es obedecer, a pesar de las palabras. Después, Jesús arriesga su frase más polémica: prefiere a los pecadores públicos, esclavos de sus pecados, que a los engreídos «justos», porque aquellos atienden a su palabra, aunque parezca que no, y estos están cerrados a la palabra aunque parezca que sí, que la atienden. Clarividencia de Jesús que, como siempre, mira al corazón.
A este Evangelio le va muy bien la frase de Pablo (2ª lectura: Filipenses 2, 1-11): «Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús». Ese es nuestro problema, que hay que cambiar el corazón, hay que salir de nuestras lógicas, nuestras falsas profesiones de fe. Por algo la primera palabra pública de Jesús fue «convertíos». Es decir, cambiad el corazón. Nuestra oración permanente puede ser: «Danos un corazón semejante al tuyo». Todo para poder vivir, ser más feliz y para mirar siempre al corazón de Dios, justo y misericordioso, corazón de madre, interesado siempre en la salud de todos sus hijos (1ª lectura: Ezequiel 18, 25-28).