Israel sabía desde siempre que el primero de los mandamientos es
«Amarás al Señor tu Dios», pero lo entendían como un mandato. ¿Cómo se puede mandar que se ame a Dios, el infinito, el juez, el terrible? Jesús sabe la explicación:
«amarás a Dios... porque él te quiere más que tu madre». También sabía Israel aquello de
«amarás al prójimo», pero entendía el prójimo como «el próximo», tanto que Jesús citó un pasaje que dice
«Oísteis que se dijo a los antiguos: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Jesús va más lejos: amarás a todos, amigos, enemigos, todos, porque si sientes que Dios te quiere te instalarás en el amor (Evangelio: Mateo 22, 34-40).
Pablo tiene ese motor: anunciar la Buena noticia de Dios-Papá a muchos, si es posible a todos (2ª lectura: 1 Tesalonicenses 1, 5c-10). Esta línea viene de lejos (1ª lectura: Éxodo 22, 20-26). Siempre ha existido en la fe de Israel un motor, que es el mismo que mueve a Jesús: la capacidad de con-padecer, de sentir como propios los problemas de los demás. Y a eso se llama amor, que es algo más profundo que el sentimiento: es comunión, cercanía, don... con todos y naciendo del mismo Dios.