domingo, 12 de julio de 2015

DOMINGO 15º del Tiempo Ordinario


      Pablo ofrece un magnífico pregón sobre la voluntad de Dios, sobre la misión que nos encomienda, el tesoro que pone en nuestras manos: su hijo Jesús (2ª lectura: Efesios 1, 3-14). Somos continuadores de aquellos doce, enviados por Jesús como ellos, y provistos de las mismas armas: Palabra y pobreza (Evangelio: Marcos 6, 7-13). Pero no podemos hacernos ilusiones: debemos estar preparados porque «el mundo» nos será hostil.
      Los criterios de Jesús no son los criterios humanos: en el mundo prevalecen la violencia, la avaricia, el rencor… Todo lo que en el Evangelio se llaman «demonios». Desde siempre ha sido así, los errores y mezquindades del corazón humano resistiéndose contra el sueño de Dios, su Palabra y sus profetas.
      Es muy triste la imagen de la primera lectura (Amós 7, 12-15), en la que el mismo sacerdote del templo del Norte comprende que el profeta corre peligro por obedecer a Dios y anunciar su palabra, y le sugiere que se vaya. Amós, como Pablo, como el mismo Jesús, siente que no puede callar, que la Palabra que Dios les encomienda es un fuego irrefrenable, aunque puede llevarlos a la muerte.