Jesús busca un rincón discreto para estar a solas con los
discípulos. Pero no lo dejan. Bellísima escena, relato conmovedor.
A Jesús
no lo dejan ni comer, ni tomarse un respiro: así de intensa es la
esperanza que suscita. Es que siembra la paz, la reconciliación, la cercanía de
Dios (Evangelio: Marcos 6, 30-34). Y es que el pueblo estaba mal cuidado, mal
alimentado, como ovejas sin pastor, como los antiguos «pastores» fustigados por
Jeremías (1ª lectura: Jeremías 23, 1-6).
Como contrapeso del abandono de su pueblo,
Dios mismo lo va a pastorear. Es preciosa la promesa del Señor: «Ya no temerán
ni se espantarán y ninguna se perderá».
Eso mismo es lo que celebra Pablo (2ª
lectura: Efesios 2, 13-18), la reconciliación de los dos pueblos,
judíos y gentiles, por la paz que trae Jesús, porque la gran noticia es que
todos, absolutamente todos, son hijos del mismo Padre.
Es el maravilloso efecto
de los buenos pastores, los que anuncian y transmiten a Jesús: que suscitan paz
y esperanza, que ponen más luz y fuerza en nuestra fe.