Dios
mismo se queja de la dureza de mente de su pueblo. Pero no lo abandona. No le
faltarán al pueblo profetas de parte de Dios (1ª lectura: Ezequiel 2, 2-5).
Con
Jesús pasa lo mismo: su misión más difícil es por ahora Nazaret, su pueblo
(Evangelio: Marcos 6, 1-6). No creen en él, porque lo conocen de toda la vida:
es «el carpintero, el hijo de María». Esa falta de fe impide que Jesús cure a
sus enfermos.
A Pablo le pasará lo mismo: en sus muchos viajes serán las
comunidades de judíos las que más se resistan a creer en Jesús, mientras que
los paganos sí que escuchan. Y Pablo es un hombre tentado de soberbia.
Ni Jesús
se libró de tentaciones, ni Pablo tampoco (2ª lectura: 2 Corintios 12, 7b-10).
Pero Pablo sabe que su propia debilidad es su fuerza, porque le obliga a fiarse
más de Dios que de sí mismo. Y nos ha regalado lo que era su propia fuerza,
para que la hagamos nuestra: «Te basta mi gracia».