domingo, 18 de agosto de 2013

DOMINGO 20º del Tiempo Ordinario

      Jesús, como todos los profetas, no va a tener una vida fácil. A Jeremías quisieron matarlo porque no les gustaba la Palabra de Dios que anunciaba (1ª lectura: Jeremías 38, 4-6. 8-10). Jesús sabe muy bien que le espera un doloroso «bautismo», la oposición, el rechazo, la cruz. Y sabe muy bien que los que le sigan pasarán por lo mismo (Evangelio: Lucas 12, 49-53). Pero es el precio por algo maravilloso, anunciar su Evangelio, construir el Reino de Dios con nuestra vida.

      La vida es como si estuviéramos corriendo en un estadio: «Una nube ingente de espectadores nos rodea», la humanidad entera es nuestro público, así que hay que esmerarse, hay que esforzarse a tope: contamos con la hostilidad de los poderes mundanos, pero no desfallecemos. «Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo» (2ª lectua: Hebreos 12, 1-4).

      Jesús espera que incendiemos el mundo, que pongamos del revés los criterios y los valores que lo mueven, que demos la cara por lo mismo que Él la dio, y que afrontemos con alegría el precio que haya que pagar. La misión merece la pena.