¿Por qué le cae bien a Dios el publicano y no así el fariseo? (Evangelio: Lucas 18, 9-14). Porque el publicano reconoce que es un pobre pecador, está angustiado y acude a Dios, se abandona a su misericordia. Sin embargo, el fariseo está satisfecho consigo mismo y no se entera de que también es un pecador. Es como si no necesitase de Dios. Y las cosas son como Dios las ve.
El libro del Eclesiástico (1ª lectura: 35, 12-14. 16-18) ofrece cómo ve Dios las desigualdades e injusticias de este mundo y nos plantea una pregunta acuciante: ¿las vemos nosotros así o convivimos con un mundo injusto sin mover un dedo para solucionar la injusticia?
«Los gritos del pobre atraviesan las nubes». Pero ¿atraviesan también nuestro corazón?
¡Qué emocionante es la carta de Pablo, escrita al parecer en vísperas de ser ejecutado! (2ª lectura: 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18): «He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe». ¡Quién pudiera decir lo mismo a la hora de morir! ¡Quién pudiera sentirse a bien con Dios, saber que ha hecho todo lo que estaba en sus manos a favor de los más necesitados!