domingo, 8 de diciembre de 2013

DOMINGO 2º de Adviento. Solemnidad de la INMACULADA CONCEPCIÓN de la Virgen María, PATRONA de ESPAÑA

 

      La festividad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María está íntimamente unida al tiempo litúrgico del Adviento; tiempo de espera, de amor, de paz, de humildad, de reconciliación, de perdón y de alegría porque Dios se presenta nuevamente ante nosotros como el Niño Jesús misericordioso y Salvador, como Mesías y Redentor nuestro. Y María, la Madre atenta, comprometida y disponible al anuncio del Ángel Gabriel, a la Obra de Dios, es la que nos trae a Jesús, nos lo presenta y ofrece, porque sin Ella el Reino de Dios no hubiese llegado a la Plenitud Eterna; por eso llamamos a Ella Madre nuestra y de nuestro Señor, Ella es la Corredentora, la que dijo sí en primer lugar para construir el Pueblo de Dios, para que este pueblo fuese partícipe del Reino gracias a la Salvación del Hijo, de Jesús, que nos libera de todo pecado, diciendo Él posteriormente sí a ese Proyecto de Dios, sin derrumbarse, ya que su Madre lo acompañó durante toda su vida, al igual que nos acompaña Ella a nosotros y nos da fuerza y sabiduría para afrontar nuestra vida, para que ésta se sustente en la fe, la esperanza y la caridad; virtudes que debemos practicar y tener siempre presentes en nuestra vida, y, muy especialmente, en el Adviento.

      El Adviento es tiempo de conversión, y ello conlleva poner en práctica los dones recibidos de Dios: la fe trae consigo el perdón, el perdón de Dios, al que nos sentimos llamados al recordar el pecado primitivo del ser humano (1ª lectura: Génesis 3, 9-15. 20), que desde el mismo origen de la humanidad ha intentado rehuir de Dios, pero Él, a pesar de ello, como buen Padre nunca nos abandona, proporcionándonos Amor constante entre todos sus hijos, los hijos de Eva, llamada así por Adán por ser la madre de todos los que viven; la fe y la caridad es lo que suscita Pablo en nosotros, los fieles de Jesucristo, los seguidores del Maestro en la 2ª lectura (Romanos 15, 4-9): «Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, según Jesucristo, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. En una palabra, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios»; la esperanza y la caridad del Evangelio (Lucas 1, 26-38) es traída de la mano de María, la llena de gracia, la concebida sin pecado original, que confía en las palabras de Dios: «“–El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.”», y acepta decididamente el Mensaje del Ángel al definirse como la esclava del Señor: «“hágase en mi según tu palabra.”». María muestra desde este instante un compromiso firme con Dios y con todos nosotros, su firmeza en la Fe es tan extraordinaria que irá a Ayudar a su prima Isabel, que ha concebido un hijo a pesar de su vejez, ya que para Dios no hay nada imposible; es Dios hecho hombre, el Niño Jesús, el que se encuentra ya en el vientre inmaculado de María; es Ella, la Estrella luminosa, la que nos anuncia la Esperanza y la Luz del Mundo, y nos guía hacia la Plenitud Divina de Dios.
                                                                                                                            
Jesús Cuevas Salguero