En el día de ayer, domingo, 29 de diciembre, la Iglesia universal celebraba la Fiesta de la Sagrada Familia, en la que de nuevo se ponía en valor a la familia cristiana como modelo de crecimiento, desarrollo y formación de la sociedad actual, en la que muchas veces se vive de espaldas a Dios, lo cual trae consigo la división y no la comunión entre hermanos, padre y madre, esposo y esposa, padres e hijos.
El lema de la jornada «Esposo y esposa, padre y madre, por la gracia de Dios» pone de manifiesto precisamente eso, aunque también –tal y como manifiestan los obispos en el mensaje para esta jornada– «nos invita a reflexionar desde la fe en el profundo significado que tienen en la Sagrada Escritura los términos de “esposo” y “esposa”, a modo de parangón, a las relaciones que mantiene Dios con su Pueblo, con su Iglesia. De igual modo los términos relativos a la paternidad, “padre” y “madre”, evocan, en un paralelismo intrínseco –propio de su ser–, a las relaciones que Dios mantiene con los hombres desde el principio».
En dicho lema queda reflejada la misión de Dios, su proyecto, aunque también la misión, a la que a través de la fe, se ven encomendadas tantas y tantas familias cristianas. El apóstol San Pablo nos indicaba ayer las instrucciones para que la vida de familia sea vivida en el Señor: «Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión»; de ahí que, posteriormente, nos exhortara para que como hermanos nos sobrelleváramos mutuamente y nos perdonáramos, ya que el Señor nos ha perdonado ya, y debemos hacer nosotros lo mismo; por encima de todo ello se refería al amor: «que es el ceñidor de la unidad consumada»; a continuación deseaba que la paz de Cristo actúe de árbitro en nuestro corazón, ya que a ella hemos sido convocados en un solo cuerpo; también hacia referencia al ser agradecidos, para lo cual debe habitar entre nosotros la palabra de Cristo en toda su riqueza; ello desembocará en la ayuda mutua, ejemplificada en la enseñanza de los unos para con los otros con toda sabiduría, que nos llevará a corregirnos mutuamente; de nuevo nos incitaba a ser agradecidos a Dios de corazón, para lo que nos decía: «Cantad a Dios con salmos, himnos y cánticos inspirados»; porque todo lo que de palabra o de obra realicemos, sea todo en nombre del Señor Jesús, a través del cual damos las gracias a Dios Padre.
Todo ello son las pautas a seguir y que hay que vivir en
familia, que el Sumo Pontífice resume o reúne en tres palabras clave: permiso,
gracias y perdón, que son muestra visible de la paz y la alegría en la vida de
una familia; es eso lo que Jesús, María y José viven, por ello, protegen al
Niño Jesús de todo mal, recorren largo camino todos, unidos, en busca de la salvación
del mismo Dios, como fruto del amor pleno y mutuo; ejemplo que ayuda a nuestras
familias a ser comunidades de amor y reconciliación, en la que se experimenta
la ternura, la ayuda recíproca, el perdón recíproco. Precisamente el Santo
Padre dirigía ayer una oración a la Sagrada Familia por este hecho, porque como
decía: «Jesús, María y José en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero
amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos». De esta forma invocaba a la Santa
Familia de Nazaret para que hagan también de nuestras familias «lugar de
comunión y cenáculo de oración, auténticas
escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas», ya que el anuncio del anuncio del Evangelio pasa,
antes que nada, a través de las familias, para luego alcanzar los distintos
ámbitos de la vida cotidiana, lo cual pone de manifiesto la importancia que
tienen las familias en la Iglesia y en la sociedad; la familia es un lugar
privilegiado, que funciona como motor de la fe, y dicha fe como motor de una
vida compartida, de un don como es la Vida, que trae consigo el don del Amor.
Seguidamente le pedía «que nunca más
haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división»; y «que quien haya
sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado». Por último le rogaba para que «el próximo Sínodo de los Obispos haga tomar conciencia
a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el
proyecto de Dios». Dicha oración
fue pronunciada tras el rezo del Ángelus en el nos instó a que todos juntos
invocáramos con fervor a María Santísima, la madre de Jesús y Madre Nuestra, y,
a San José, su esposo: «les pedimos a
ellos que iluminen, reconforten, guíen a cada familia del mundo para que puedan
cumplir con dignidad y serenidad la misión que Dios les ha confiado».
Señor Jesús gracias porque has venido a nosotros,
porque te has hecho hombre para bien nuestro; que tengamos nuestro corazón
siempre preparado para recibirte como Tú nos recibes cada vez que solicitamos o
rogamos tu ayuda; que esté dispuesto y te acoja como el de María y José, que
ello sea el principio fundamental de la Familia universal, de la Santa Familia
de Nazaret, de la Familia cristiana; que el amor, la comunión y la paz entre
hermanos, entre padre y madre, esposo y esposa, y padres e hijos dé fruto
abundante en nosotros, hijos y hermanos tuyos, de tu Iglesia y Pueblo bendito. Como
dijera el Papa Francisco: «Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica».
Jesús Cuevas Salguero 30/12/2013