miércoles, 1 de enero de 2014

OCTAVA de Navidad. Solemnidad de SANTA MARÍA, Madre de Dios

 
      Terminamos, y empezamos, el año poniendo los ojos en María, la madre de Jesús. Los pastores encontraron al niño con María, su madre (Evangelio: Lucas 2, 16-21), y nosotros también. Como dice Pablo (2ª lectura: Gálatas 4, 4-7), por ese niño, nacido de María, podemos llamar a Dios «Abbá», padre. Me atrevo a decir que María ha sido para la Iglesia no solo la madre de Jesús sino también la «Madre de Dios Padre». A lo largo de la historia, muchos prejuicios convirtieron a Abbá en el Dios Padre Todopoderoso Juez, lejano y más bien temible. La imagen maternal de Abbá quedó oscurecida. Pero el Espíritu sopla en la Iglesia, y el pueblo cristiano, privado de Abbá, recuperó la ternura y la confianza volviendo sus ojos a María. Y depositamos en María todo lo que necesitábamos creer de Dios: auxilio de los cristianos, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos... María, la madre de Jesús, salvó la Buena Noticia; por eso la llamamos Madre de la Iglesia, porque gracias a Ella no hemos perdido la esencia del mensaje de Jesús, hemos recuperado la confianza en Abbá. Hoy podemos cantar, como en la primera lectura (Números 6, 22-27): «Que el Señor nos bendiga y nos guarde, que nos haga sentir su presencia y nos conceda la paz».
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La fraternidad con Dios, aceptándolo como Padre y esforzándonos en vivirla al estilo de Cristo, hermano nuestro –que debe verse reflejada en nuestro comportamiento evangelizador y solidario, y, alegre, porque Jesús ha nacido gracias a María, su madre, que nos lo ofrece, y Madre Nuestra, porque Jesús nos la da también como protectora e intercesora de todos nosotros, como corazón puro y maternal que siempre está a nuestro lado, con el que siempre podemos contar–; y la fraternidad con el prójimo, la comunión plena con nuestros hermanos y nuestra familia –fuente de la que debe fluir y debemos aprender y experimentar por vez primera este valor y don, compartiendo nuestra riqueza (material y espiritual)–, es el fundamento y camino necesario para alcanzar la paz, y todo que en sí contiene, y, la alegría de la Navidad, de Dios con nosotros, que se hace mayor (se multiplica) cuanto más abramos nuestro corazón fraternalmente a los que nos acercamos y no la tienen, a los que sufren, como expresa el Obispo de Córdoba en su Mensaje de Navidad. Enfrentemos este nuevo año con fortaleza, valor y esperanza, tal y como nos exhorta el Papa; de esta forma nos encontraremos realizados, alcanzaremos nuestras metas y logros, tendremos la fuerza necesaria para salir al encuentro de nuestros hermanos infundida por Jesús que ha salido del seno del Padre para buscar a los hombres, y experimentaremos la paz, la alegría y la comunión con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos en nuestro corazón y en el de nuestra familia. ¡Feliz, Próspero, Fructífero y Fraternal Año Nuevo!

Jesús Cuevas Salguero