Ha sonado la palabra mágica, el corazón del mensaje de Jesús: «Convertíos». Es decir, cambiad, cambiaos al Reino (Evangelio: Mateo 4, 12-33). El Reino es el sueño de Jesús; es, ni más ni menos, cambiar el mundo según el proyecto del Padre. Pero necesita ayuda, va enganchando al trabajo por el Reino a los que se atreven a irse con él, como aquellos pescadores que tuvieron el valor de seguirlo. Y nos invita a soñar con él, participar de su sueño y construir el Reino, empezando cada uno por sí mismo, por mejorar día a día, porque una buena casa no se construye con malas piedras. ¡Qué mal suenan los reproches de Pablo a los de Corinto (2ª lectura: 1 Corintios 1, 10-13. 17), que parecen estar divididos y enfrentados, apartados de la fraternidad de Jesús!
Desde entonces hasta nosotros el mensaje es el mismo: cambiad, meteos en el Reino. Y todo esto nació en la Galilea de los gentiles, allí, en el lugar más humilde y desconocido del Imperio romano, apareció la luz (1ª lectura: Isaías 8, 23-9, 3). ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Pues sí, de Nazaret, Galilea, salió el sueño de Jesús, el sueño del Padre, el Reino.