miércoles, 25 de diciembre de 2013

Solemnidad de la NATIVIDAD del Señor


      Desde siempre, Dios ha sido Madre, Palabra y Viento. Desde siempre su corazón es esencialmente maternal; su Viento sopla constantemente, alentando, impulsando; habla en todas las cosas, dirige, conseja, ilumina. Y todo eso lo vemos en Jesús: «la tienda de campaña de Dios en medio de nuestro campamento» (Evangelio: Juan 1, 1-18) y el mensajero que trae la mejor de las noticias (1ª lectura: Isaías 52, 7-10). Porque Dios siempre ha hablado, siempre ha estado presente en la historia humana, pero ahora como nunca (2ª lectura: Hebreos 1, 1-6). Quienes creemos en Jesús, sabemos que en Él vemos a Dios comprometido con nosotros: «Él es el reflejo de su gloria, impronta de su ser». Sabemos cómo es. Dios es como Jesús, Jesús es como Dios.

      Cuando contemplamos al Niño no nos basta con sentir ternura; vemos sobre todo pobreza, pequeñez. Y mirando a su futuro vemos un corazón entregado, una prodigiosa presencia de lo divino en algo tan pequeño, tan cercano, tan como nosotros. El Niño es tan presencia de Dios porque no da miedo, porque es nuestro, porque depende de sus padres, porque se ofrece antes que a nadie a unos pobres pastores.
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Seamos pastores que buscan al Niño, que siguen a la Estrella; cuando lleguemos al portal, con José y María, ofrezcamos a Jesús lo mejor de nosotros –que esa actitud sea la de toda una vida–, y acojamos a Jesús con alegría, paz, amor, esperanza, fe y caridad. ¡Feliz Navidad!

Jesús Cuevas Salguero