Hace hoy justo
un mes de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, y, por tanto, un mes
de la Santa Misa de Clausura del Año de la Fe presidida por S.S. Francisco en
la Plaza de San Pedro del Vaticano; si nos desplazamos hacia atrás en el
tiempo, caemos en la cuenta de que hace dos meses, en Córdoba, era un día
grande, el día del Custodio de la ciudad, el Arcángel San Rafael; como
apreciamos, el tiempo es efímero en sí mismo, los días y los meses vuelan, y,
en consecuencia, nuestra vida también.
El Año de la Fe
ha pasado muy rápido pero intenso en cuanto al fervor y devoción con que se ha
celebrado de manera especial esta virtud, este don que Dios nos ha regalado, este
año de gracia, de alabanza y canto al Señor y su Gloria, porque como decía el
Papa en la homilía de esta Celebración: «La promesa de Jesús al buen ladrón nos
da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante
que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da
siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su
Reino». Eso es precisamente lo que todos y cada uno de los cristianos
deberíamos hacer aun estando en nuestra peor situación: dar más de lo recibido;
querer a Dios y al prójimo inmensamente, viendo en aquel que padece o sufre el
propio rostro de Jesús, que nace en medio de nosotros, nace en un pesebre,
entre paja, entre un buey y una mula, en un portal de Belén; ello nos indica la
grandeza y, a la vez, la pobreza de Jesús, que desde el mismo instante de nacer
estuvo a nuestra altura, es decir, compartiendo el mismo suelo, la misma
tierra, pero aportándonos sabiduría, dones y ejemplo para este mundo, que
necesitaba y necesita mucho de Él, de Dios hecho carne, vivo, alegre y pequeño Rey
del Universo y de la Gloria. Este es Dios, este el Niño que viene, que sale a
nuestro encuentro, nuestro Salvador y Mesías, que nos mantiene firmes en la fe
para hacer discípulos de Él a todas las naciones.El Papa Francisco calificaba dicha Solemnidad de Cristo Rey como la coronación del año litúrgico que señalaba también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordó junto a todos los fieles con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado, por esa iniciativa providencial que: «nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón».
En su homilía,
el Papa decía que las lecturas bíblicas proclamadas tenían como hilo conductor
la centralidad de Cristo: «Cristo está en el centro, Cristo es el
centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia».
El mensaje del
Santo Padre en este día, importante para toda la Iglesia, era bastante intenso
catequéticamente y espiritualmente hablando, lo cual nos hace aprender y saber
a los fieles seguidores de Jesús más de Él, de nuestro Dios, de nuestro Niño
Jesús Rey, representado por el Sumo Pontífice, que transmitió un verdadero y
profundo mensaje de fe, como lo hacía su predecesor, Benedicto XVI, y tantos
otros muchos papas a lo largo de la historia de la Salvación, de la historia
del Pueblo de Dios, la Iglesia Católica, cuyo primer guía fue Pedro, el apóstol,
cuyas reliquias acompañaron la Celebración Eucarística del domingo de Cristo
Rey.
En nuestra Diócesis de Córdoba, el Obispo
clausuraba el Año de la Fe con una Solemne Misa presidida por él mismo en la
Santa Iglesia Catedral; en la carta pastoral de dicha semana, previa a la
clausura, el Obispo hacía un resumen y explicaba lo que ha sido y significado
el Año de la Fe en y para la Diócesis de Córdoba, que como toda la Iglesia lo
ha vivido de acuerdo a una misma fe profesada, celebrada, vivida y rezada en
Cristo Jesús, siempre teniendo a su lado, y como intercesora nuestra, a su
Madre María, nuestra Madre bendita del Cielo. En dicha carta nos indicaba que cuando Dios nos anuncia una gracia nueva,
hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible;
el Año de la fe nos ha traído gracias abundantes. Aquí, en Villa del Río, la clausura del Año de la Fe era celebrada mediante el rezo piadoso del Vía Crucis, presidido por la imagen del Stmo. Cristo de la Humildad, en el cual algunas hermandades participaron con el montaje de altares que escenificaban y representaban la estación que les correspondía de acuerdo al rezo tradicional del Vía Crucis; tras el ejercicio del mismo se celebró la Santa Misa en la Parroquia, después de la cual, la imagen de Ntra. Sra. de la Soledad estuvo expuesta a veneración de los fieles en solemne besamanos. Estos pequeños y sencillos actos pusieron el broche de oro al Año de la Fe en la feligresía de la Inmaculada Concepción de Villa del Río, engrandeciendo y dando verdadero ser y sentido cristiano y católico a esta jornada, recordada por todos, en la que el año de gracia dedicado a la fe veía su culmen, pero no un final sin más, ya que hay que seguir celebrando, avivando, transmitiendo y profesando este don de Dios a pesar de que el año dedicado especialmente a ella haya concluido; todos los años litúrgicos son años de la fe, de la caridad y de la esperanza, y todo lo que esas virtudes conllevan en todos y cada uno de los fieles discípulos y hermanos de Jesús, Redentor nuestro, cuya Madre, María, siempre lo acompaña; Ella es la Corredentora, la que indica el camino para llegar a Él, a Jesús humilde, por eso ese día también estaba allí; María, a la que Benedicto XVI confiaba el Año de la Fe, deseando que Ella brille siempre como estrella de la nueva evangelización, y Jesús, que, tal y como aseguraba el Papa Francisco, es el centro de nuestra vida, por ello, la vida es una búsqueda permanente de la plenitud de Dios.
El camino hacia la Navidad comenzaría una semana después, el Adviento llegaba de nuevo, la corona empezaría a iluminarse, a llenarse de luz, del espíritu de Dios; así, el que sigue al Señor, el que va en su búsqueda y lo encuentra, y va tras él, tendrá la luz de la vida. Cristo va presentándose en el Adviento ante sus hermanos como Luz del mundo, Luz que alumbra a todas las naciones, a medida que las semanas transcurren y encendemos una y otra vela más de la corona; los cristianos debemos acercarles a los necesitados y hambrientos del amor y de la ternura de Cristo la figura de este, Nuestro Señor y Salvador, mediante la Nueva Evangelización propuesta por la Iglesia Católica, como semilla que espera fruto abundante tras el año de gracia vivido en la Iglesia. Hay que estar atentos y expectantes a la Venida y a la Llamada de Dios, Nuestro Padre, a través de la mediación del Espíritu Santo. Ello hace que caminemos juntos como hermanos, miembros de una Iglesia, al encuentro del Señor, en la inminente celebración de la Navidad, lo cual la hace una fiesta de gozo y de salvación para todos; pero cómo podemos conseguir eso, qué hacer para que a nadie le falte este signo de amor y de ternura que nace de la fe, según el Papa a través de un gesto humano, una sonrisa, una palabra verdadera, un testimonio que les haga percibir la cercanía de Jesucristo a la personas que tanto necesitan de Él, debemos salir a su encuentro, al encuentro de los pobres de fe y esperanza en sus vidas.
La estrella ocupa también un lugar privilegiado en este tiempo de Adviento, ella nos lleva de la mano hacia Jesús, que esta noche volverá a nacer; en el portal, María nos ofrece a Jesús, nos acoge en este lugar solitario y humilde como si fuese nuestra casa, el Niño nos da su mano, José, también presente, nos invita a dársela, y nosotros: qué ofrecemos a Jesús y a la Sagrada Familia que constituye junto a su Madre y su padre de la tierra; ¿le damos lo mejor de nosotros?, ¿nuestro trabajo aporta algo al mundo, al prójimo?, ¿nos cultivamos y formamos como seres comprometidos con Dios y con su comunidad? El amor y el trabajo son valores sumamente importantes en nuestra vida, así dice la canción: «Mil estrellas de luz sembró tu mano»; y ambos contribuyen en nuestra continua construcción como seres únicos, pero a la vez en relación con otros, con nuestros hermanos, y por lo tanto debemos aportar algo a ellos, a la sociedad en general, a la Iglesia a la que pertenecemos, a Dios que nos ha dado la vida; el amor y trabajo son valores a desarrollar cotidianamente para que den frutos abundantes en toda la cristiandad; pero ¿hemos sembrado semillas para ello?, ¿hemos sembrado estrellas de luz?, y, como consecuencia de ello ¿cómo es nuestra fe?, ¿es verdadera?
La Estrella que nos guía e indica el camino a nosotros, así como a los Magos de Oriente, nos llevará ante Dios, ante el cual la oración se manifestará y desbordará; para el Papa Francisco la Navidad es esperanza y ternura, por ello: «frente a un niño que sufre, la única oración que es la oración para mí es por qué, Señor, por qué»; manifiesta el Santo Padre. La Navidad es el encuentro de Dios con su pueblo, un misterio de consuelo, que da lugar a una sensación de profunda paz y consuelo porque Dios viene en persona y nos salvará, nos mostrará su misericordia y nos dará su salvación, lo que trae consigo justicia y paz del Señor; por ello tenemos que mantenernos firmes y pacientes y permaneced en su amor, porque la venida del Señor está cerca.
Jesús nos llama a anunciar la Buena Noticia, su Evangelio, y nos interpela exclamando: «¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!»; para ser dichosos debemos abrir el corazón, aceptar a Dios como se muestra en Jesús; esto es lo primero de nuestra fe: aceptar que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, aceptar que: «Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano.» (Benedicto XVI); y «Deja que Jesús escriba tu historia. Déjate sorprender por Jesús.» (Francisco).
El Señor viene, Él está siempre ahí, a nuestro lado, en cada momento, en cada circunstancia de la vida, alentando, pidiendo y ofreciendo oportunidades; por ello, cada una de las acciones de nuestra vida pueden servir para construir el Reino de Dios; hay que estar despiertos y estar atentos a cada una y a las constantes llamadas de Dios, caminemos, de esta forma, a la luz del Señor.
El Señor nos quiere siempre alegres y contentos, y tener la necesidad de Él es la mayor perfección del ser humano, son dos grandes frases que expresan indudablemente el verdadero sentido y significado del Adviento, y de la Navidad; indican que nuestro estado de ánimo debe ser fructífero y alegre para la Venida de Jesús, y que la necesidad de que Él llegue a nosotros y nosotros lleguemos a Él es la suma perfección nuestra, es nuestra mayor grandeza. Precisamente es esto lo que hicieron los pastores hace dos mil años: fueron a buscar a Dios y ahora debemos buscarlo nosotros, en pleno siglo XXI, decía la directora del Colegio de Santa Victoria de Córdoba en la Inauguración del Belén Municipal de la capital; mensaje que fue continuado y prolongado por el presidente de la Agrupación de HH. y CC. de Córdoba, que nos instó a dejar entrar al Niño Dios en nuestra casa y a que nos impregnásemos de Él y de su Mensaje, ahora y durante todo el año, para construir un mundo mejor; acojámoslo, porque Él ya nos ha acogido en su portal a través de la mediación de María. Debido a ello nos damos cuenta de que Dios está mucho más cerca de lo que suponen muchos seres humanos, la cercanía del Niño Jesús es apreciable desde el mismo instante de su nacimiento.
La Natividad del Señor volverá a sonar esta noche en toda la cristiandad, las campanas de Belén repicarán a gloria ya que el Señor viene a librarnos de todo mal, el Señor es mi Luz y mi Salvación, la de todos y cada uno de nosotros, gracias a la intercesión gloriosa de María; hecho que comprobábamos en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, en el segundo domingo de Adviento, ya que María es fundamental en el plan de Dios, en su Obra; debido a ello, el culto a María ha estado siempre particularmente unido al Adviento, el culto a su Inmaculada Concepción y a la Expectación del parto. María recibió la fe y la alimentó por medio de la escucha de la Palabra, que, primero la recibe en su mente y, después, en su vientre; Ella es el modelo de persona creyente; aparte de la Palabra de Dios, la fe se alimenta de los Sacramentos, de la oración, que brota de ahí, es decir, de la escucha de Dios y de los Sacramentos, y, por último, la fe se alimenta del nuevo estilo de vida conforme a Dios; es el alimento el que nos permite vivir, conocer y experimentar la fe, que libra de la depresión y da coraje, fuerza y estímulo para afrontar la lucha y el trabajo; la fe abre el camino a la esperanza comprometiendo al creyente en situaciones difíciles que puede superar gracias a la fe; la fe cambia la vida, la fe lleva consigo la conversión, la perseverancia y la evangelización, que no es otra cosa que dar testimonio de que me he encontrado con aquel que estás buscando, a quien muestro en mi vida y en mis gestos; ello nos convierte en testigos que transmiten un testimonio de fe en familia, y que viven una experiencia de fe con los jóvenes en encuentros multitudinarios como las Jornadas Mundiales de la Juventud. Todo ello era referido por Mons. Demetrio Fernández en una entrevista concedida al programa de televisión «Últimas preguntas».
Es la familia algo tan valioso, tan importante en la sociedad actual, y ella, en la Navidad se celebra y se representa también de forma especial cuando contemplamos el misterio del Belén, la Sagrada Familia junto a un buey y una mula que calientan al Niño Jesús envuelto en pañales y sobre un pesebre; la Fiesta de la Sagrada Familia nos quiere transmitir a los cristianos el sentido y la necesidad de la misma, la importancia de una madre y un padre para un hijo o una hija que se principia en la vida, que necesita de unos valores y una educación que lo hagan ser una persona de bien, un cristiano sencillo y humilde, como Jesús, un cristiano también de bien, que siente la inmensa necesidad de conocer a Jesús, de acercarse a su imagen y darle un beso en su pequeño y bonito pie.
También en la Navidad celebramos el Santísimo Nombre de Jesús «Salvador de los pecados» o Emmanuel «Dios con nosotros»; dos nombres para un mismo Señor que manifiestan su misión en este mundo, la necesidad que tenemos de Él, de ensalzar a Dios, mi Rey; de bendecir tu nombre por siempre jamás. Ese es el don y misión que hemos recibido de Jesús, que nos concede y confía: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre.
La Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, será con la que de nuevo comenzaremos el Año Nuevo si Dios quiere, pidiendo a Ella y a su Bendito Hijo que sostiene en sus brazos, salud, amor, comunión entre hermanos, y un fructífero y próspero 2014. Los Reyes Magos se harán presentes por nuestras calles, llegaran al portal, a Belén, guiados por la Estrella, guiados por María hasta el mismo Dios, hasta la Gloria que va a nacer, que surgirá nuevamente ante nosotros, expectantes como María, como José que ha sabido recapacitar tras la aparición del ángel en sueños, y acoger a María y aceptarla como esposa; que ha contribuido al plan de Dios con su generosidad, su amabilidad y su grandeza como persona, que tiene una actitud similar a la de María después del anuncio del Ángel Gabriel: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
La Fiesta del Bautismo del Señor dará cierre al tiempo litúrgico de la Navidad; Jesús será bautizado en el Jordán por su primo, Juan, el Bautista, personaje que también ha aparecido en este Adviento y nos ha anunciado la inminencia del nacimiento de Jesús; Jesús nace para todos, esta oración aparece en una estrella que el otro día me pegaron en el chaquetón unas niñas mayorcitas que iban cantando por la calle cuando salía de la Facultad, al principio no sabía de lo que se trataba pero cuando vi lo que era comprendí el verdadero significado y sentido de ello, ello es lo que he pretendido manifestar en esta carta-mensaje de Navidad. Hoy, Jesús nace para todos, hoy la Virgen sueña caminos, está a la espera; la Virgen sabe que el Niño está muy cerca; hoy de Nazaret a Belén irán los que creen en sus promesas; los que soñamos y esperamos la Buena Nueva, abramos las puertas al Niño, que está muy cerca. El Señor cerca está, Él viene con la paz; el Señor cerca está, Él trae la verdad. Acojámoslo, que Él sea nuestro centro y centro de la comunidad de fieles a la que pertenecemos, la Iglesia del Señor, el Pueblo de Dios. Que su presencia bendita en medio de nosotros nos haga recibir de Él el don pleno, puro y eterno de la fe y de la misión con alegría y gozo al ser hijos de Dios.
Feliz Navidad y
Próspero Año Nuevo 2014; ¡felicidades: Dios ha nacido, es Navidad!
Jesús Cuevas Salguero