Paseamos por el campo, hay un pequeño hoyo, nos pica la curiosidad, excavamos un poco... ¡un tesoro! (Evangelio: Mateo 13, 44-52). Damos un brinco de alegría. Corremos a casa, vendemos todo para poder comprar el campo... Ya está, eso es lo fundamental de la parábola.
No es que tengamos que hacer un sacrificio para entrar en el Reino es que al entrar en el Reino, lo demás nos parece basura. No puede pasarnos nada mejor que vivir en el Reino, vivir al modo de Jesús. Comparado con esto, todo lo demás deja de tener importancia.
Es, como dice Pablo (2ª lectura: Romanos 8, 28-30), que a los que aman a Dios todo les sirve para bien. Y también fue esa la sabiduría de Salomón, que no pidió a Dios poder y riquezas sino «un corazón dócil... discernir el bien del mal» (1ª lectura: 1 Reyes 3, 5. 7-12).
No hay sabiduría mejor que la de Jesús. Vivir sabiamente, vivir en el Reino y para el Reino, es un inmenso tesoro.