sábado, 2 de agosto de 2014

Beatificación del Año de la Fe: 522 testigos de la fe son beatificados mártires


España es una tierra bendecida por los mártires; los mártires no eran combatientes, no tenían armas, creían en Jesucristo y lo daban a conocer al mundo, lo acercaban a la gente, por ello nos invitan a perdonar, y, por ello, la Iglesia, en actitud correspondida con ellos y con el mismo Jesucristo –que la fundó–, no busca culpables sino quiere glorificar a los mártires porque merecen admiración por parte nuestra, son el ejemplo a seguir de entrega por el amor de Dios.

Los mártires nos invitan a vivir el perdón y la conversión, al estilo del mismo Jesús. Ellos hacen suyas frases como: «Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza»; «Convertíos y creed en el Evangelio»; «Mi corazón se regocija en el Señor, mi Salvador, mi fortaleza»; «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»; «Curó a muchos enfermos de diversos males»; «Redímenos, Señor, por tu misericordia»; «La lepra se le quitó y quedó limpio»; «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor»; «El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados». Viven en torno a eso que creen, en torno a la vida de ese que la dio por ellos, por nosotros, por todos y cada uno de los habitantes de este mundo; Dios es universal, su Iglesia también lo es, estas personas supieron llevarlo por el mundo, por los pueblos, ciudades, aldeas, acercarlo para que lleguemos a tocarlo, a participar de su fiesta, de su sacrificio, que nos une cada domingo, porque ansiamos tomarlo y llenarnos plenamente de su gracia.

El domingo, 13 de octubre del pasado año 2013, 522 mártires del siglo XX en España eran beatificados, reconociéndose así la labor, entrega y misión que asumieron por la fe en Jesús; los mártires del siglo XX en España, fueron firmes y valientes testigos de la fe. Como lema de la declaración, fueron escogidas estas palabras de Benedicto XVI, por manifestar claramente el carisma de estas personas, que lo dieron todo por amor: «Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores».

Muchos, anteriormente, han sido ya declarados mártires del siglo XX en España, ya que este fue, donde los haya, uno de los peores para la Iglesia en nuestro país, sobre todo en torno a la Guerra civil que sufrimos en la década de los treinta. Y es que los que hoy han sido beatificados mártires estaban viviendo un continuo, incesante y constante compromiso con Dios y con el prójimo, un peregrinar en el que fue bien asumida la misión, el andar en la fe más la caridad, el llevar a la Iglesia a todos, con todos, el hacerla de todos, al servicio de todos; y esta labor, encomendada por el mismo Dios, asumida como misión, parece no haber gustado a quienes martirizaron a los que hoy son considerados beatos. Si nos fijamos en la historia, comprobamos que, por desgracia –más que por gracia–, esta es la historia de nunca acabar, ya que, no solo en España, sino en todo el mundo, han sido y son perseguidas las personas por creer, por manifestar, por vivir, de acuerdo a y con una creencia; es la historia que se hace nueva desde que Jesús fuese sacrificado por nosotros, por su glorificación, hecho que  rememoramos, celebramos, festejamos, cada vez que somos partícipes de su mesa.

Y, al igual que Él, hoy se glorían estas gentes del siglo XX, por verse recordadas, reconocidas, puestas como ejemplo de sacrificio, de alabanza, de amor al mismo Dios y al mismo prójimo que recorre nuestras calles. Hoy también empieza a vislumbrarse cierta persecución de aquel que cree y lo manifiesta, que vive conforme al Evangelio, saciándose, gozando y sintiendo el aliento de Jesús Sacramentado, cada vez que comulga en Misa. Pero hay que hacer frente a ello y seguir con la misión, con el caminar, con el paso lento, pero constante, sin miedo, sin pausa; esta es la historia de los mártires, desde San Esteban, el primero, protomártir, pasando por los patronos de Córdoba y su diócesis, los santos Acisclo y Victoria, teniendo presente al Custodio de dicha ciudad, a san Rafael Arcángel, que realizó su Juramento de fidelidad a una ciudad, a ostentar su custodia, protección y bendición.

Para consolidar algo es necesario gozar de la compañía, el trabajo y el consejo de alguien, de muchas personas que puedan ayudarnos a hacer de un proyecto una realidad, la cual nos sirva a todos para bien, para ofrecerla y servirla ante los demás, como oferta atractiva y fructífera. El acompañamiento, que se hace presente en el acercamiento de alguien a nosotros, supone mucho para continuar en un proyecto con una meta marcada, en una realización plena que significa mucho para nosotros, de quienes parte la iniciativa, que es acompañada por otros; de todos sale la realización de la que éramos partícipes ese segundo domingo de octubre, con la contribución de todos, todo es posible; por ello el Papa Francisco dirigió, por vídeo, un mensaje al principio de la Celebración, en el que mostraba su unión de corazón a todos los participantes en la misma, en la que un gran número de Pastores, personas consagradas y fieles laicos iban a ser proclamados Beatos mártires. Al principio de su intervención se hacía la pregunta «¿Quiénes son los mártires?», a la cual respondía diciendo: «Son cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel “amar hasta el extremo” que llevó a Jesús a la Cruz»; a ello añadía que «No existe el amor por entregas, el amor en porciones», solo existe «El amor total: y cuando se ama, se ama hasta el extremo. En la Cruz, Jesús ha sentido el peso de la muerte, el peso del pecado, pero se confió enteramente al Padre, y ha perdonado. Apenas pronunció palabras, pero entregó la vida. Cristo nos “primerea” en el amor; los mártires lo han imitado en el amor hasta el final». Según el Papa, los Santos Padres dicen: «¡“Imitemos a los mártires”!», a lo que continúa afirmando que «Siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestra pereza, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más lo necesitan». ¡Cuánta razón lleva!, es como aquella frase que dice: «El talento es algo corriente. No escasea la inteligencia, sino la constancia»; desde luego, en los mártires no escaseó para nada, no tuvieron duda de hacer constante alabanza a Dios, de trabajar por el bien que anuncia en su Evangelio, de hacer presente al Hijo del hombre en medio de nosotros. Por ello, el Santo Padre nos instaba a implorar la intercesión de los mártires «para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras; para no ser cristianos mediocres, cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia, ellos no eran barnizados eran cristianos hasta el final, pidámosle su ayuda para mantener firme la fe, aunque haya dificultades, y seamos así fermento de esperanza y artífices de hermandad y solidaridad». Por último, no se olvidó de su ya tradicional «Y les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide».

Hace unos domingos, el Evangelio mostraba un mensaje sorprendente, Jesús entiende las cosas al revés de lo que nosotros pensamos: Jesús dice que lo entiende la gente sencilla, por tanto, nuestro desafío es pensar como Jesús, y cuanto más sencillamente nos acerquemos a Él, más lo entenderemos; más entenderemos y participaremos, como la gente sencilla que era beatificada, de la siembra de paz, entenderemos bien de qué trata el mensaje del bendito el que viene en nombre del Señor; se trata de tener el espíritu de Jesús, pensar como Él, tener sus valores, vivir a su estilo; es nuestra tarea: día a día, momento a momento, conocer mejor a Jesús hasta vivir con su mismo Espíritu, como hicieron los mártires hasta el punto de que su alma se enamorase de Dios, y es que, como dice san Juan de la Cruz: «El alma que está enamorada de Dios es un alma gentil, humilde y paciente». Ellos entendieron que la puerta de Dios siempre está de par en par y se la ofrecieron, se la mostraron, como Dios nos enseña, a todos, a los que no y sí lo aman, a los que sí y no lo llaman, responden, porque no creían andar carrera vana, sino caminar sembrando frutos, que esperaban recogerse bien. Son unos servidores que nos traen a Jesús, que nos lo anuncian para dar o seguir dando testimonio de pura entrega y servicio; aunque a ellos les fue lanzado algo perjudicial que les sirvió para cultivarse, para superarse haciéndole frente, dejando de estar subordinados, siendo, más bien, fuertes, valientes y servidores al anunciar la vida alegre y triunfante del que entregó su vida por ellos, con un comportamiento similar a este, que los ha hecho llegar lejos y ser recordados como lo que fueron, como ellos quisieron que lo fueran, así, mártires de la fe, en este año que era dedicado a dicha virtud teologal.

Lo que consideramos más importante en nuestra vida es lo que marca el fin hacia el que estamos dispuestos; nuestra vida está movida, así, por ello, y por creerlo, hacemos todo lo que hacemos; por eso es muy bueno plantearse siempre cuáles son los principios y fundamentos de nuestra existencia, que hacen arraigar una serie de hechos que marcan nuestro sentir y vivir. San Ignacio, así lo hizo, los mártires también, creyeron firmemente, se arraigaron y edificaron en Cristo, firmes en la fe, para ir y hacer discípulos a todos los pueblos y naciones de la tierra, con el anuncio alegre, victorioso y gratificante del Evangelio, que espera fructificar en las almas de muchas gentes, que acepten a Jesús como el Dios del amor, ejemplo para todos, para nosotros, desde la misma Virgen María, que lo concibió, que fue concebida sin pecado original, contribuyendo así a la obra de la Salvación de Dios; contribuyamos hoy nosotros, siguiendo a la Madre y a cuantos hijos la han seguido, porque han creído y creemos en la Buena Nueva del Niño Dios.

Jesús Cuevas Salguero 2/08/2014