domingo, 17 de agosto de 2014

DOMINGO 20º del Tiempo Ordinario

      ¿Dios es de Israel y para Israel? Algunos, incluso teólogos, de la época pensaban así. Pero Dios es de todos.

      Isaías habla de que los sacrificios de los extranjeros también son agradables a Dios (1ª lectura: Isaías 56, 1. 6-7). También Pablo sabe muy bien que todo es al revés de lo que se pensaba en Israel: no solo Dios no es propiedad suya, sino que son ellos los que tienen que acercarse a Dios, que es de todos (2ª lectura: Romanos 11, 13-15).

      Jesús, que se siente enviado por Dios a Israel, parece reacio a curar a la hija de la mujer cananea, es decir, no israelita. Pero hay una fuerza a la que ni Jesús puede resistirse: la fe. Y acaba curando a su hija y admirando esa fe (Evangelio: Mateo 15, 21-28).

      Nosotros, la Iglesia, hemos creído algunas veces que fuera de esta no hay salvación: nos equivocábamos, y lo hemos reconocido. Hoy sentimos angustia por la situación de la Iglesia, como si la viéramos enferma y sin esperanza. También nos equivocamos, porque no creemos de verdad en la fuerza del Viento de Dios. Él es el que acompaña a la Iglesia. Y aunque nosotros hagamos a veces las cosas muy mal, es fiel y merece que nos fiemos de Él.