lunes, 4 de agosto de 2014

ROCÍO DE LA FE: expresión magna de la devoción rociera en Córdoba



Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe, consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad. Socorre a los que padecen desgracias, a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo. Fortalece a los débiles en la fe. Fomenta en los jóvenes la disponibilidad para una entrega plena a Dios. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Y asiste maternalmente, oh María a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad. Así sea.

S.S. Juan Pablo II

Córdoba era testigo de la gran devoción rociera que se respira, se vive y se consolida, día a día, en su diócesis; el sábado, 16 de noviembre del pasado año 2013, la ciudad vivía la magna expresión de la devoción rociera en Córdoba: el Rocío de la Fe.

Pero, ¿por qué comienzo con la oración a la Virgen del Pilar del ya san Juan Pablo II?; precisamente lo hago porque sea Rocío, sea Pilar, sea Estrella, la Virgen es una, es la misma que dio testimonio de vida de la Obra de su Señor, es la misma que participó del plan redentor del Padre, consolidado y realizado en y por el Hijo, concebido, recibido a través del Espíritu Santo. El que fuera Papa, Juan Pablo II, supo muy bien condensar en esta breve oración toda una plegaria de fe, de esperanza, de caridad, de misericordia, de amor a la Virgen; una plegaria en la que existe el compromiso de nosotros con la Madre y de la Madre con nosotros.

La Virgen María es el pilar sobre el que está asentada la fe de sus hijos, la fe de los que la siguen muy de cerca y de los que se proponen alcanzarla, comenzar el camino, llegar próximo a donde está Ella y lo ha estado en vida, dando testimonio, siendo ejemplo, anunciando la Buena Noticia. La Virgen del Pilar asienta el pilar de la fe; columna sobre la que descansa la piedra angular: Cristo Jesús; en torno al que nos movemos nosotros, sus discípulos, los apóstoles, los santos, los mártires, que dijeron: ¡Fe, hágase en mí!, tras haber buscado a Dios para hallarla, y hallarla para seguir buscando al mismo Dios entre la gente, en el prójimo, en el que necesita consuelo, misericordia, perdón, amor, paz, generosidad y acompañamiento, y ofrecerlo a quien verdaderamente lo necesita, lo añora, lo invoca, porque es amparado por Él, Dios y Rey del Universo.

El 16 de noviembre era un día dedicado a nuestra Madre, en su honor, un día de exaltación a la hija de Sión, de celebración, de gozo y de veneración a la que obró en favor nuestro. Era un día en el que las campanas sonaban a gloria, repicaban por esa gran celebración de fe, de devoción, de gozo al sentirnos hijos de la Madre de nuestro Señor; en ese día estaban presentes, como en el Rocío de Almonte –concretamente en el de la Hermandad de Córdoba–, las campanas de la Fuensanta de barro, que reparten en la Aldea para que suenen cuando la hermandad de Córdoba llega a El Rocío; el 16 de noviembre de 2013 eran repartidas por el centro de la ciudad para que tocasen y tocasen, para que quedasen como recuerdo de tan gran día para Córdoba y su diócesis, incluso para otras muchas personas, de otros lugares, que llegaron a la ciudad movidos por la gran devoción rociera, que se respira en muchos sitios de España y de fuera de nuestro país, incluso fue un gran día para Almonte y su Hermandad matriz, presente con el bendito Simpecado en tal acontecimiento, en tan gran celebración en honor a la Madre de Dios, en el culmen del Año de la Fe.

La acogida de la que gozaron las hermandades de la Diócesis de Córdoba, así como la propia Hermandad matriz, fue excelente. Cada una de las hermandades venidas desde distintos pueblos de la diócesis salieron con su Simpecado, en procesión, desde las iglesias cercanas a la Catedral, donde tuvo lugar el Solemne Pontifical, acto central del Rocío de la Fe. Desde San Pablo partirían la Hermandad del Rocío de Córdoba y la Hermandad matriz hasta la Santa Iglesia Catedral. Allí, se vivieron momentos irrepetibles, únicos, memorables, emocionantes incluso; la llegada fue digna de ser recordada y la solemne Celebración no lo fue menos, sino más incluso. En el Altar mayor del templo primero y principal de la diócesis cordobesa, figuraban los simpecados de Almonte, Córdoba, Cabra, Lucena, Priego de Córdoba y Puente Genil, estos cuatros últimos pertenecientes a las distintas hermandades del Rocío de diferentes pueblos de la Diócesis de Córdoba. La gran celebración estuvo presidida por el Sr. Obispo, Mons. Demetrio Fernández, que acudía a la cita con alegría, orgullo y satisfacción porque el pueblo de Dios, la Iglesia y sus hermandades y cofradías, hacían veneración pública a la Madre bendita del Señor, Nuestra Señora del Rocío, María santísima, que en esa tarde de noviembre se acercaba a la Catedral a visitarnos, a mostrar su gozo para que nosotros correspondiésemos la llamada atenta que nos hace la que fue concebida sin pecado original.

Diversos altares adornaron, embellecieron y fueron ofrenda agradable, en este día, de la ciudad a su Madre santísima; las hermandades de Córdoba volvieron a volcarse, en esta ocasión, por y para celebrar las glorias de María santísima del Rocío. Era verdaderamente un nuevo Pentecostés, el día anterior a la fiesta de los patronos de Córdoba, los santos mártires Acisclo y Victoria, en cuya memoria la liturgia era revestida de rojo en tal día. Tras el Solemne Pontifical, los distintos simpecados serían instalados en sus diferentes carriolas, que iniciaron una bella, grande y devocional procesión extraordinaria rociera por las calles de la ciudad, cuyo punto central estaría precisamente en el centro de la ciudad, en la Plaza de las Tendillas, la plaza pública, donde era manifestada la fe de un pueblo, su devoción a María santísima del Rocío, donde tuvo lugar la bendición por parte del Señor Obispo, quien entregaría unas reliquias de S.S. Juan Pablo II a la Hermandad del Rocío de Córdoba para veneración de los fieles rocieros, como símbolo de la unión entre la devoción rociera y el Papa Juan Pablo II, que hacía veinte años realizó una visita a la aldea de El Rocío, en Almonte, constituyéndose como un momento histórico en el acercamiento a la piedad popular por parte de toda la Iglesia, y siendo para siempre un momento inolvidable para los almonteños y para todos los devotos de la Virgen del Rocío.

Tras el acto en la Plaza de las Tendillas, en el que el Simpecado almonteño presidió el hermoso altar instalado en la céntrica plaza para la ocasión, la procesión extraordinaria seguiría su caminar, en dirección a los nuevos jardines dedicados a la Blanca Paloma, donde tuvo lugar la bendición, por parte del Sr. Obispo, de un triunfo dedicado a María santísima del Rocío; tras ello, en el Alcázar de los Reyes Cristianos tendría lugar una «pará» rociera. En el acto celebrado en las Tendillas, tanto el obispo, como el alcalde, como el hermano mayor de la Hermandad matriz, agradecieron a Córdoba la buena y fructífera organización de esta celebración, la cual ha sido todo un precedente, todo un acto de fe a tener en cuenta por lo vivido con y en ello, por lo sentido y manifestado por el pueblo de Córdoba, unido por y para honrar a su Madre, en esa tarde-noche del mes otoñal de noviembre, digna de ser recordada y rememorada, por su sentir y significado, por ser la propia celebración del Rocío al estilo más puramente cordobés, en la que no faltaron los «¡Vivas!» del hermano mayor de la Hermandad del Rocío de Córdoba. También estuvo presente Villa del Río en dicho acto de fe, con la participación y colaboración de los coros rocieros de nuestra localidad: Amigos de san Isidro Labrador «Alboreá», Semilla rociera, y Paz y Esperanza; así como con la cantaora Isa Durán, que interpretó bellamente, como ofrenda a la Madre del Rocío, la Salve rociera en su honor.

Los caminos para llegar a la Virgen son muchos, lo importante es saber y querer encontrarlos, vivirlos, hacerlos ver y saber a los demás, manifestarlos, por si alguien quiere seguirnos, para no estar solos en el camino, sino acompañados; en el acompañamiento, la acogida, la mano que nos tiende el propio Jesús, en brazos de María santísima del Rocío. Las imágenes tienen un grandísimo valor, no solo artístico o patrimonial, que también, sino un grandísimo valor teológico y espiritual porque en una imagen se nos acerca Dios hasta nosotros, se nos acerca nuestra Madre, María, la Madre del Señor; en torno a una imagen existe toda una devoción mundial, una devoción que arrastra a miles de fieles, que los concentra en torno a la mesa del Señor, que nos hace partícipes del sacrificio, del gozo de la Resurrección, de la alegría del encuentro con el Dios del amor vivo, con el prójimo que tanto amamos, con el que nos requiere, nos necesita, lo necesita a Él. Sintámonos unidos en torno a María, vivamos la fe como Ella, sintamos a Jesús en nuestro interior; Él nunca nos abandona, está a nuestro lado, nos llama para que nos acerquemos. Salgamos alegres al encuentro victorioso de la fe, viviéndola en y desde la devoción rociera, la que emana de María santísima del Rocío, la Blanca Paloma que nos envía Dios para que sea acogida en nuestro ser, y nos sirva en la respuesta que espera el Padre y que hacemos viva en la comunión con el Hijo.

«¡Córdoba!, Cabra y Lucena han ‘venío’ con Priego y Puente Genil, ‘pa’ empaparse de Rocío junto a la Hermandad matriz».

Jesús Cuevas Salguero 3/08/2014