«Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero. Venid a por trigo, comed sin pagar vino y leche de balde» (1ª lectura: Isaías 55, 1-3). Ya sabía alguno de los profetas que Dios es alimento delicioso, abundante, y gratuito. Dios agua, Dios pan, Dios vino... En ese Dios se puede creer, porque es lo que necesitamos, alimento, ánimo, consuelo.
Nos engañan los que hablan de temor, los que prefieren hablar de Dios como juez, los que no saben que es padre, o madre, como se prefiera.
Jesús culmina este mensaje: abundancia espléndida de pan y de pescado, alimento gratis, reunidos en comunidad. ¿No le suena a Eucaristía? (Evangelio: Mateo 14, 13-21). Jesús seguirá en esta línea, hasta hacer del pan y del vino el mejor signo, el que mejor nos lleva a conocer su corazón, y el corazón de Dios, porque Jesús es como su Padre, o su Padre como él, y en Jesús lo conocemos.
El fondo de todo esto es el mensaje básico de Jesús, que transcribe muy bien Pablo: «Nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo» (2ª lectura: Romanos 8, 35. 37-39).