Es luminosa la escena que narra el Evangelio (Marcos 15, 33-39; 16, 1-6). Como las mujeres que vieron la angustia y la muerte de Jesús: se acabó, se acabó la esperanza, «nosotros esperábamos... pero hace ya tres días...» (Lucas 24). Ya no queda más que enterrarlo bien y llorar. Pero Jesús abre más horizonte. Por eso celebramos hoy la fiesta por nuestros difuntos. No se trata solo de recordar o llorar. Se trata de saber que ya han llegado a la meta, que los volveremos a encontrar, que la muerte es algo provisional, que un día también nosotros llegaremos a la Vida.
No sé por qué nos empeñamos en usar el negro para los funerales y para esta fiesta. El color propio es el verde, el color de la primavera y la esperanza. Porque nos fiamos de Jesús, que murió entregándose confiado a las manos del Padre. Sabía que estaba en buenas manos.