domingo, 2 de noviembre de 2014

DOMINGO. Conmemoración de todos los FIELES DIFUNTOS

 
 
      «Yo sé que está vivo mi Redentor y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán». (1ª lectura: Job, 1. 23-27a). ¿Tenemos esa fe? ¿Nos consideramos peregrinos en camino hacia nuestra patria? Pablo lo dice muy bien: «Nosotros somos ciudadanos del cielo». Pero nosotros tememos a la muerte, como si fuera el desastre final.

      Es luminosa la escena que narra el Evangelio (Marcos 15, 33-39; 16, 1-6). Como las mujeres que vieron la angustia y la muerte de Jesús: se acabó, se acabó la esperanza, «nosotros esperábamos... pero hace ya tres días...» (Lucas 24). Ya no queda más que enterrarlo bien y llorar. Pero Jesús abre más horizonte. Por eso celebramos hoy la fiesta por nuestros difuntos. No se trata solo de recordar o llorar. Se trata de saber que ya han llegado a la meta, que los volveremos a encontrar, que la muerte es algo provisional, que un día también nosotros llegaremos a la Vida.

      No sé por qué nos empeñamos en usar el negro para los funerales y para esta fiesta. El color propio es el verde, el color de la primavera y la esperanza. Porque nos fiamos de Jesús, que murió entregándose confiado a las manos del Padre. Sabía que estaba en buenas manos.