¿Qué será ese misterioso personaje, esa sublime asamblea de potestades, bendita entre los benditos, arraigada en un pueblo glorioso, heredad del Señor? (1ª lectura: Eclesiástico 24, 1-4. 12-16). No se preocupe, en el fondo no es casi nada, más que la necesidad de Israel de hablar de Dios con el máximo respeto, incluso lejanía. Para eso se crean símbolos e incluso personajes fantásticos y misteriosos, tal como «la Sabiduría» que cita este texto.
Pero ha sucedido una revolución: resulta que el Verbo de Dios es de carne y hueso, visible, tocable. Israel, en el desierto, hizo una tienda para Dios, la Morada, y allí lo adoraban, sin verlo, sin conocerlo, porque allí no había nada. Pero la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Jesús es esa palabra de carne y hueso, que vive con nosotros, es el vecino de al lado como en una tienda más entre las nuestras (Evangelio: Juan 1, 1-8).
Bonita imagen la de Juan: la palabra de Dios es nuestro vecino, podemos charlar con él, invitarlo a tomar un café... ¡Ojalá el Padre de la gloria, como lo llama Pablo (2ª lectura: Efesios 1, 3-6. 15-18), nos haga caer en la cuenta de quién es ese vecino, nos lleve a tratarlo, a hacernos amigos suyos, nos abra los ojos para descubrirlo a fondo!