Empezamos con una primitiva historia de conversión (1ª lectura: Jonás 3, 1-5. 10). El profeta Jonás avisa a la corrompida ciudad de Nínive: Dios está harto de sus abusos. Si no cambia, será destruida. Y los ninivitas se lo toman en serio, cambian, se arrepienten, y Dios los perdona.
Esa misma palabra, conversión, es la primera que usa Jesús cuando empieza a predicar. Pero lo hace con un sentido más fuerte y sin amenazas: el motivo de la conversión no es el miedo al castigo, sino una Buena Noticia, un anuncio gozoso: «ya está aquí el Reino de Dios» (Evangelio: Marcos 1, 14-20). ¡Cómo han cambiado las cosas! Antes Dios amenazaba.
Ahora, invita a un Proyecto. Antes el futuro podía ser la destrucción; ahora el futuro es el Reino, el gran Proyecto de Dios.
Y Pablo, que se ha enrolado en el Reino, urge a todos a que se enganchen del todo (2ª lectura: 1 Corintios 7, 29-31). Nada es más importante que el Reino, no os conforméis con menos.