martes, 6 de enero de 2015

Solemnidad de la EPIFANÍA del Señor

 
      Israel ya lo sabía, los profetas ya lo habían dicho: Dios no es de su propiedad, ellos no son el pueblo exclusivo. Dios es de todos y es para todos (1ª lectura: Isaías 60, 1-6).

      Pero, por lo visto, se les había olvidado. Hasta tal punto que el mismo Pablo se admira y habla del misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo (2ª lectura: Efesios 3, 2-3a. 5-6).

      ¿Por qué llama misterio a algo tan sencillo de entender como es que Dios es de todos y para todos? Porque habían sido tan presuntuosos que pensaban que Dios era «de Israel» y que no había en el mundo otro lugar para darle culto que el Templo de Jerusalén. Pues no, Dios es de todos y para todos, y precisamente aquí y ahora, en Belén y recién nacido el Niño (Evangelio: Mateo 2, 1-12), queda agresivamente claro: ¿quién descubre y acepta a Jesús? Unos insignificantes pastores y unos magos extranjeros. No los sacerdotes, no los doctores, no los reyes, no los ricos...